viernes, 31 de enero de 2014

La re-existencia Mapuche frente al extractivismo forestal en un contexto de neoliberalismo armado. (Eduardo Mondaca M)

Desde la ternura, desde la palabra…nuestra lucha es Pueblo  Mewlen Huencho Mewlen

Resumen: El presente estudio pretende evidenciar como en Chile el proceso decristalización sociopolítica de salida a la crisis de acumulación neoliberal de fines de la década de los noventa toma la forma de neoliberalismo armado. Éste se basaría en la profundización de una matriz extractiva exportadora bajo control transnacional potenciando 
una recolonización en materia política y económica, el cual ha tenido como propósito restablecer un “estado hobbesiano” que defienda nuevas legitimidades promoviendo un proceso de militarización de las relaciones sociales enfocado a criminalizar y disciplinar bastas dimensiones de la vida y acciones de las clases y sectores subalternos, con particular énfasis en aquellos que han sido mayormente afectados y despojados por la intensificación del patrón de acumulación neoliberal en curso. El movimiento Mapuche se constituye en este sentido como un caso de estudio necesario y urgente para el análisis de las prácticas del neoliberalismo armado. 



1. Crisis de legitimidad neoliberal y neoliberalismo armado en Chile: a modo de introducción.


Hace ya 40 años que las Fuerzas Armadas chilenas, bajo el mando de Augusto Pinochet,
desplegaron un tratamiento de shock sobre la ciudadanía dando comienzo a un experimento que convertía a Chile en una especie de laboratorio económico mundial que terminaría por consolidar al modelo neoliberal capitalista como la principal herencia de la dictadura militar además –claro está- de una dolorosa herida en materia de derechos humanos.

La propuesta neoliberal en esta época se basaba en una premisa bastante simple:  desestatizar la economía y ceder su funcionamiento a los mecanismos espontáneos del
mercado. Los ideólogos del modelo neoliberal chileno, conocidos como los Chicago Boys2
señalaban que “la masiva y omnipresente intervención del Estado durante las décadas
anteriores había plagado la esfera económica de trabas y distorsiones que a la larga habían
conducido al desastre” (Salazar y Pinto, 2002:50). La falta de ahorro e inversión, la baja
productividad, el bajo crecimiento, la corrupción e ineficiencia son sindicadas por estos
economistas como deficiencias propias de una excesiva intervención del Estado en la
economía. Es así como, protegidos por las armas y la tortura, fueron desplegando un nuevo
modelo económico donde el repliegue del Estado en la esfera económica se llevó a cabo
principalmente mediante la privatización de las empresas públicas y la desregulación de los
mercados. Ya en 1980, a siete años del golpe militar, el sector público había perdido el
control de 387 empresas, preservando solo un reducido número, que en su mayoría también
estaban destinadas a la privatización

Los primeros embates al proceso en curso se dieron en la crisis económica de 1981-1982,
evidenciando la alta vulnerabilidad de la economía chilena frente al escenario económico
internacional. La salida a dicha crisis se llevo a cabo a través de una serie de compromisos
contraídos con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (reducción de la
deuda externa) y una nueva ola de privatizaciones, incluyendo ahora al estratégico sector
energético y de comunicaciones. De esta forma, a través de un “sistema de canje de los
pagarés de la deuda externa por acciones o activos de las empresas en proceso de
privatización, se logró reducir las obligaciones hacia el exterior en nueve mil millones de
dólares […], pero al precio de aumentar significativamente el control extranjero sobre
algunas de las empresas más importantes del país” (Salazar y Pinto, 2002:59). De esta
forma, el experimento chileno iba consolidando la presencia orgánica del capital foráneo
como un modelo exportable, publicitado por organismos financieros internacionales.

En paralelo a este frágil éxito macroeconómico, ya se hacía sentir el malestar social frente a
la brutal violación de derechos humanos por parte de la dictadura de Pinochet y la grave
cesantía producida por el desmantelamiento de la industria nacional, la cual para 1983
alcanzaba un 28.9%4.

Es así como entre 1983 y 1987 se desafió valientemente a una de las dictaduras más crueles de América Latina a través de 22 jornadas nacionales de protesta. Las consecuencias de estas masivas protestas sociales para el régimen de Pinochet y los ideólogos del modelo neoliberal capitalista fueron gravísimas. En pocas palabras, se demostró a la opinión pública mundial que Pinochet había perdido la gobernabilidad del pueblo chileno. Es decir, se evidencio que bajo un régimen neoliberal dictatorial Chile era ingobernable y no daba garantías para la inversión extranjera. Fueron estas 22 jornadas nacionales de protesta las que forzaron la salida de Pinochet y no el conocido plebiscito de 1988. La razón para señalar esto es que en un escenario de ingobernabilidad nacional el capital financiero internacional no invertiría en Chile, y el principal objetivo de la dictadura era justamente lo inverso. El centro del proyecto político-económico de Pinochet y de los ideólogos del neoliberalismo era que este capital financiero internacional entrara y se quedara en Chile, de lo contrario las fuerzas Armadas abrían matado y torturado en vano, por ello sus exigencias eran ahora la instauración de un estado de derecho administrado por un velo democrático (que en Chile adquiere el nombre de Concertación de Partidos por la Democracia) que garantizará la irrestricta entrada del capital financiero internacional.
Frente a tales negociaciones subrepticias y embriagados por la fiesta del fin de una cruenta
dictadura, los actores y movimientos sociales chilenos no tuvieron la lucidez política
suficiente para descubrir y detener esta delicada estrategia encubierta del neoliberalismo.
De esta forma, la Concertación de Partidos por la Democracia, a partir de 1990, se instala
en el poder político respetando y defendiendo a cabalidad la Constitución Política de 1980,
generada en dictadura, la cual detenta los cerrojos necesarios como para asegurar la
gobernabilidad de un estado de derecho (neoliberal) exigida por los poderes hegemónicos
del mercado mundial.

Cabe señalar que los gobiernos concertacionistas -apoyados por el capital financiero
internacional- no solo tienen como tarea “preservar, defender y consolidar sus intereses
económico-políticos, sino también (…) elaborar una acción educativa de conformidad del
conjunto del cuerpo social, de manera que los objetivos e intereses de la clase dominante
aparezcan como datos y valores universales” (Grissoni y Magiori, 1974:167).
Es en este sentido que se puede comprender la profunda despolitización que tiene lugar en
Chile -y en Latinoamérica en general- durante la década de los noventa. Es en gran medida
por esta articulación publicitaria internacional a favor del modelo neoliberal chileno que la
potencial movilización social chilena muda en desaliento y la gobernabilidad (neoliberal)
adquiere estabilidad a través del llamado consenso por apatía (Murillo, 2008).
Es por ello que el reencuentro con una voluntad e identidad soberana se ha desplazado en
Chile por lentos y solidarios canales subterráneos. La identidad y consciencia social no se
alcanza tan fácilmente tras semejantes y efectivas terapias de shock económico-políticas.
Además porque “esa identidad solo nace y crece envuelta en dialéctica histórica; es decir:
en una relación socialmente tensa y crítica con el sistema dominante” (Salazar, 2011:20).
Es necesario señalar en este punto que hay sectores que sienten de forma anticipada y
directa esta relación socialmente tensa y crítica, especialmente cuando la fase neoliberal de
acumulación capitalista supuso para Chile un proceso combinado de desindustrialización y
reprimarización de la estructura económica y de recolonización (Seoane, 2012). Se hace
crucial señalar aquí que uno de los territorios más capitalizados por esta fase de
acumulación es el territorio ancestral Mapuche a través de la megaindustria forestal y el
capital transnacional.

Fue esta violenta embestida neoliberal sobre territorios Mapuche lo que quizás acelero la
configuración de una identidad soberana, autonomía organizativa y reencuentro identitario
en el Pueblo Mapuche antes que en otros actores sociales. Aún bajo una gran asimetría de
fuerzas y condiciones extremadamente severas lograron construir esos marcos identitarios
y repertorios de acción colectiva que, cuando encontró visibilidad pública, recibió el
nombre de Movimiento Mapuche. 

Y si bien, este Movimiento Mapuche y sus denuncias eran aún manejables por la
Concertación de Partidos enquistada en el poder, no lo fue tanto la embestida de la posterior crisis económica de 1997, conocida como la crisis asiática. Esta crisis se convirtió en una amenaza de ingobernabilidad y potencial escalada de conflictividad donde movimientos sociales ya cohesionados como el Mapuche se podían instalar como referentes de acción social, por tanto, el trato hacia ellos ya no podía ser el mismo. Además, este hecho se veía agravado para la democracia neoliberal chilena por el estallido y avance de una crisis de legitimidad del neoliberalismo (con sus distintas intensidades y características) en toda América Latina; la que se prolongó, con idas y vueltas, entre 1998 y 2003 (Seoane, Algranati, Taddei, 2011). En la región latinoamericana, “esta crisis de legitimidad del neoliberalismo se expresó, entre otros modos, bajo la forma de una crisis de hegemonía graficada en la capacidad destituyente conquistada por las clases y grupos subalternos cuya acción precipitó la caída de seis gobiernos durante los cinco años que median entre el 2000 y el 20055abriendo, en muchos de estos casos, significativos procesos de cambio” (Seoane, Algranati, Taddei, 2011). Esta crisis del neoliberalismo a nivel latinoamericano supuso la configuración de diferentes procesos de cristalización sociopolítica de salida a dicha crisis con la aparición de un nuevo ciclo de crecimiento económico a nivel continental. De esta forma, la cristalización de estos procesos, que emergieron desde el quiebre de la hegemonía neoliberal, generaron un contexto político-económico latinoamericano mucho más heterogéneo.
En parte de América Latina, y principalmente en el Cono Sur, se han concentrado
experiencias que plantean vías de salida al neoliberalismo. Propongo entender estas vías de salida como la capacidad hegemónica que han alcanzado frente al neoliberalismo donde, por tanto, muchas de sus características están presentes.
Uno de los proyectos de salida recibe el nombre de “neodesarrollismo”, básicamente por
intentar recuperar la retórica en torno al desarrollo e industrialización de décadas
precedentes. La hegemonía de esta orientación la detentan Brasil y Argentina. Se
caracterizan por su pretensión de reconstruir la autoridad estatal y signarle una mayor
importancia en ciertas actividades industriales con el propósito de una mejor inserción en el
mercado capitalista mundial. De igual forma, buscan la recuperación del monopolio de la
política para el Estado donde la legitimidad se va asegurando a través de una serie de
políticas sociales compensatorias de carácter masivo y la recuperación de empleo. Todo
ello basado, preponderantemente, sobre la puesta en marcha de una amplia matriz
extractivista de explotación de los bienes comunes de la naturaleza.
Otro de los proyectos que viene resquebrajando la hegemonía neoliberal en la región es el
de los llamados “procesos constituyentes” (Seoane, 2008) el cual engloba las experiencias
de Venezuela, Bolivia y, hasta cierto punto, Ecuador. “En su sentido más transformador,
este proyecto aspira a la transformación de la matriz liberal-colonial del Estado en el marco
de una democratización radical de la gestión de los asuntos comunes, contracara de una
redistribución del ingreso y la riqueza en base a los recursos aportados por la apropiación,
propiedad y gestión público-estatal de los sectores económicos más dinámicos y/o
estratégicos” (Seoane, Algranati y Taddei, 2011).
Resulta crucial señalar aquí, que en gran parte de América Latina, la hegemonía neoliberal
logró resistir las aspiraciones de cambio, y se llevó a cabo la renovación y profundización
de su recetario dando forma al llamado “neoliberalismo de guerra o armado” (Gonzalez
Casanova, 2002). Países como México, Colombia y Chile han sido la vanguardia de este
“neoliberalismo armado”.
La Concertación de Partidos en Chile llevó a cabo este proyecto de salida a la crisis del
neoliberalismo “clásico”, posteriormente reforzado por el gobierno de Piñera, que se basa
en la profundización de una matriz extractiva exportadora bajo un radical control foráneo
transnacional potenciando una recolonización en materia política y económica. De igual
forma, ha tenido como propósito restablecer un “estado hobbesiano” que defienda nuevas
legitimidades promoviendo un proceso de militarización de las relaciones sociales enfocado
a criminalizar y disciplinar bastas dimensiones de la vida y acciones de las clases y sectores subalternos, con particular énfasis en aquellos que han sido mayormente afectados y despojados por la intensificación del patrón de acumulación neoliberal en curso.
Es bajo este marco teórico-conceptual como podemos entender de mejor forma la realidad
cotidiana que vive el Pueblo Mapuche en Chile bajo una intensificación de la matriz
extractiva transnacional en su territorio ancestral a través de la megaindustria forestal.
Porque más allá de una cosmovisión refinada y relación de respeto ancestral con la tierra
conforman una reacción social organizada ante un “neoliberalismo armado” concreto y real
que configura un escenario político-económico de amenaza etnocida a un Pueblo que
obtiene su sustento físico y cultural de un territorio que está siendo despojado y saqueado a
favor de dicha fase de acumulación capitalista.

2. El Pueblo Mapuche en el seno del extractivismo forestal chileno.

Como se señala en las líneas precedentes, el carácter extractivista de la economía chilena se mantiene y profundiza hasta la actualidad. Como se puede observar en el Cuadro I, el valor promedio anual de las exportaciones de bienes primarios en el PIB total se situó en el 32% en el período 2005-09, mucho mayor que en cualquier otro periodo anterior desde 1985, siendo más de cuatro veces el valor promedio de América Latina y el Caribe. Esto sitúa a Chile como la economía más extractivista de Latinoamérica amparada por el ya descrito “neoliberalismo armado”.

(Seguir leyendo en http://www.rebelion.org/docs/179668.pdf )