El mecanismo más poderoso de dominación que opera en Chile para mantener el orden de cosas imperante es el endeudamiento.
A través del crédito de consumo, que se ha extendido a los más amplios sectores de la población –incluyendo a los de menores ingresos-, se ha terminado de consolidar un cerco material y subjetivo que al mismo tiempo que permite a las personas el acceso inmediato a los bienes y servicios que los medios de comunicación y la cultura prevaleciente les presentan como necesarios para estar integradas en la sociedad, las comprometen a años de trabajo en condiciones de sobreexplotación como único camino para generar los ingresos que les permitan saldar sus deudas.
¿Cómo y cuándo se instaló esta cultura individualista, consumista, en Chile?
Fue a lo largo de los últimos 25 años, que se instaló y consolidó en amplios sectores sociales medios y populares una mentalidad individualista y consumista. Es un proceso que responde a una estrategia de largo aliento impulsada por los dueños del poder para estabilizar y proyectar indefinidamente el sistema de dominación.
En ese proceso de instalación y consolidación hay dos o tres momentos o fases.
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- El primer momento se da en la segunda mitad de los años 80. Son los años en que junto con precipitar la derrota política y militar del movimiento popular antidictatorial, se empiezan a aplicar las reformas neoliberales que crean un nuevo marco institucional para las relaciones capital-trabajo, para la educación, la salud, la previsión social, la organización vecinal y comunitaria, etc. Tales reformas son la expresión de dos de los pilares básicos del nuevo sistema de dominación: la flexibilización y precarización del trabajo y la desregulación y mercantilización de todos los ámbitos de la vida social.
A través de esas reformas se reconfiguró la relación laboral, se desmanteló sustancialmente los derechos colectivos del trabajo y los derechos económicos, sociales y culturales en la forma y grado que habían alcanzado en los 50 años precedentes. Se condicionó así un proceso de fragmentación y atomización social que se profundizaría en las décadas siguientes.
La ruptura de los lazos de sociabilidad se apoyó además en una presión estructural para forzar un mayor grado de incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo, a partir de la crisis 1982-1983. Una presión derivada de una aguda rebaja salarial en contexto de elevado desempleo y precarización del trabajo. Los ingresos de los varones dejaron de ser mínimamente suficientes como para sostener sus hogares y un porcentaje creciente de mujeres empezó a ingresar a la fuerza de trabajo.
Los hogares populares empezaron a sufrir un proceso de desestructuración familiar, con importantes y graves consecuencias culturales y sociales, tanto para los niños y jóvenes, como para sus padres. A la vuelta de estos 25 años, producto de este proceso y de otros –económicos y culturales-, ciertamente la realidad de las familias en Chile ha cambiado profundamente.
Un segundo momento se vivió entre los años 1990-1997. En ellos, junto con profundizarse la desestructuración del movimiento popular, la desmovilización y vaciamiento de las organizaciones sociales, se crean y proyectan diversos mecanismos de cooptación e integración de los sectores subordinados al sistema. El más relevante y determinante de los cuales va a ser la creación de una “sociedad de consumo” en Chile, como eje articulador de la dominación. (1)
Una “sociedad de consumo” es aquella en la que la demanda de las personas por bienes y servicios no está determinada ni restringida a la satisfacción de sus necesidades básicas o superiores. Sino que esa demanda responde fundamentalmente a la satisfacción de sus “deseos”, que son estimulados desde los proveedores de la “oferta” con mensajes dirigidos no a su racionalidad sino a su sentimentalidad como personas.
La creación de la sociedad de consumo en Chile se hizo posible y se viabilizó a inicios de los años 90 gracias a un conjunto de circunstancias –externas e internas- que confluyeron en la realidad económica del país y que fueron hábilmente gestionadas por las autoridades económicas y el gran empresariado.
Dentro de ellas, es central la aparición y desarrollo del crédito de consumo a las personas, como importante veta de crecimiento del negocio bancario y comercial. La banca, que enfrentaba procesos de desintermediación financiera de sus clientes principales –las grandes empresas-(2) , al mismo tiempo que gozaba de una mayor provisión de fondos internacionales, se volcó a buscar una mayor bancarización de las personas y a atender a nuevos clientes en las empresas de menor tamaño –medianas, pequeñas e incluso microempresas-. La expansión del crédito se pudo además materializar aprovechando y siendo parte del ciclo expansivo de la economía chilena en esos mismos años.
La masificación del crédito tuvo que ver, como señaló tempranamente T. Moulian (3) , con la facilitación del acceso –con la reducción de las exigencias y garantías a un mínimo- como con la instauración del sistema de crédito automático, en parte a través de las líneas de crédito automático, pero sobre todo a través de la masificación de las tarjetas de crédito.
Otros factores que concurrieron a este ingreso al “consumismo” fueron el abaratamiento y ampliación de los productos de consumo masivo importados, derivados del proceso de apertura de la economía chilena, lo mismo que la devaluación del dólar.
Un tercer momento se desarrolla a partir de 2004, cuando la banca chilena, que había restringido sus créditos de consumo desde 1999 en adelante, a raíz del alza de la tasa de interés con que se enfrentó el impacto de la crisis asiática, volvió a un ciclo expansivo de tales créditos, en el marco de una renovada liquidez internacional.
¿Cuál es la realidad del endeudamiento de los hogares hoy en Chile?
En estos últimos 7 años, el endeudamiento de las familias en Chile se aceleró, al mismo tiempo que sectores cada vez más amplios de la población accedieron al crédito de consumo no tan sólo de las casas comerciales, sino que de la banca y otras instituciones, como las cajas de compensación y las cooperativas de ahorro y crédito.
La bancarización de las personas avanzó aceleradamente. En 2008, existían 6 millones de cuentas corrientes. En 2010, se había llegado a 8 millones de cuentas corrientes y se proyecta llegar a 10 millones hacia el año 2012. A junio de 2010, el número de tarjetas de crédito bancarias era de 4.524.000. A la misma fecha, las tarjetas de crédito comerciales (retail) eran 16.070.000, por lo que el total de tarjetas sumaba cerca de 20.600.000.
En un estudio publicado en julio de 2010, la Cámara de Comercio de Santiago /CCS) señala que “desde comienzos de esta década, las deudas de consumo e hipotecarias aumentaron en 13% real promedio anual” . Así, el consumo privado en Chile pudo crecer a un ritmo superior al 6% real, en tanto en el mismo período (2001-2010), el PIB creció a un ritmo promedio anual de 3,8% y los salarios reales a un 2,1% promedio anual. Sólo en 2009, producto de la crisis, la deuda de consumo prácticamente no registró crecimiento y la deuda hipotecaria moderó su expansión a 7,8%.
De esta forma, no sólo la deuda de las familias va creciendo en términos absolutos, sino que va significando un porcentaje creciente de sus ingresos. El gráfico siguiente da cuenta del fenómeno: desde 2000 a 2010, la razón de deuda-ingreso subió en aproximadamente 28 puntos, desde 36% a 63,4%; elevándose de poco más de 3 millones a 7 millones, 600 mil pesos.