Este texto escrito en 2009, ha sido el marco global en que se han generado los diversos posteos que hemos entregado a vuestra consideración. Lo volvemos a postear, porque creemos que está mas vigente que nunca. (Alma Negra)
Numerosos han sido los intentos que desde la izquierda chilena más consecuente y desde el término de la dictadura de las FFAA, se han venido levantado para construir o reconstruir un referente y un proyecto que permita dar unidad, contenido y proyección estratégica a las luchas reivindicativas que esporádica y a veces de manera cíclica se desatan en nuestro país.
De todos es conocido que las derrotas sufridas por el campo popular en los años 73, 81, 86-87, la salida burguesa a la crisis nacional y la instalación de 4 gobiernos sucesivos de la Concertación, y la instalación del modelo neoliberal, significaron también el retroceso de masas, la desorganización del campo popular, la destrucción, desarticulación y fragmentación de la izquierda revolucionaria y de sus organizaciones.
Coordinaciones, frentes, movimientos, partidos autoproclamados vanguardias brillan por alguna coyuntura u acción y al poco tiempo se diluyen, fragmentan, se estancan o renuncian a la construcción de un proyecto revolucionario y popular intentando subirse al estrado construido por los poderosos y donde se representa la comedia política bajo el discutido concepto de convertirse en “actores políticos”.
De fondo, una y otra vez el topo de la historia, la lucha de clases, se encarga de mostrar las contradicciones entre las fuerzas sociales en pugna, los escandalosos grados de explotación a que son sometidos las y los trabajadores, el crecimiento de las brechas de la calidad de vida que separa a los dueños del poder y la riqueza del pueblo que responde con luchas que incorporan cada vez mayores grados de violencia, pero que son aisladas, sin unidad, con alto grado de espontaneísmo y que logran ser contenidas en la negociación o por la entrega de una reivindicación que será rápidamente escamoteada una vez diluida la fuerza que la logró. Así, el movimiento popular fragmentado, centrado en luchas parciales reivindicativas, con organizaciones sociales muchas de ellas cascarones vacíos de participación popular, cooptadas, difícilmente pueden proyectarse de manera estratégica, máxime cuando los militantes de izquierda más consecuentes prefieren construir “sus” propias organizaciones, centrarse en la construcción de sus propias orgánicas y mostrarse en las paginas de Internet o para las fechas rituales donde desataran su furia combatiendo contra quioscos, vidrieras, o reformistas sin despeinar siquiera a los dueños del poder. Surgen grupos con banderas y símbolos incluidos que escasamente perduran, trasladándose militantes de un grupo a otro, con alto grado de sectarismo y escasa vocación de construir juntos, como pueblo un proyecto que ponga fin a la dominación. Más bien el caudillismo, la vanidad, la arrogancia y el desprecio a las experiencias de otros, el aferrase a los símbolos y banderas de tal o cual “cultura” más que a los profundos contenidos, rigurosos análisis y practica política, quedándose elevado al nivel de icono, con el envoltorio y no los contenidos, con la consigna y no el análisis profundo, con la acción más que el objetivo que buscaba la acción, con el fetiche del arma y no la conciencia que existía tras ella, generando por tanto una mal entendida militancia que hace culto a los fetiches, símbolos, espontaneísmo, voluntad, y en que termina siendo la organización y no el pueblo y sus luchas el foco principal de atención, y donde la satisfacción individualista reemplaza al ser social, al ser parte de un proyecto del pueblo. Podemos encontrar en los orígenes de este proceso al menos tres elementos: el insuficiente proceso y evaluación de las derrotas sufridas, la penetración de la ideología individualista en el campo popular y una practica aislada de las grandes masas y más bien centrada en el desarrollo de la propia organización. El insuficiente procesamiento de las derrotas sufridas tiene que ver con que la propia dispersión de fuerzas orgánicas, las muertes, encarcelamiento de militantes, abandono de dirigentes, generó una visión unilateral de las causas de la derrota sin precisar bien el carácter de ella y cuales fueron los errores cometidos: si en el plano de la estrategia, en el plano de la táctica, en la implementación de ellas, en la construcción orgánica, en la relación partido-masas, si en el plano político, o en el militar. Las lecturas generales y superficiales de estas derrotas tampoco permitieron por tanto rescatar la experiencia acumulada. Se produce así un proceso de negación producto de la derrota, donde todo es puesto en cuestión, llegando al punto de abrir la puerta a las concepciones liquidadoras de la organización como “novedad”. Negación al Partido, negación a la organización, negación del conocimiento y de lo científico.
De otra parte, en la ausencia de organización partidaria emergen los “colectivos” que permiten resistir y actuar a escala local, colectivos definidos como políticos-sociales que permiten definir acciones para la lucha gremial o reivindicativa y que muchas veces reemplazan a las organizaciones naturales articuladas para estos fines. El problema es que los colectivos y organizaciones naturales se enfrentan a políticas de carácter nacional, al Estado y a sus diversos componentes y por tanto su enfrentamiento requiere articulación a escala nacional y sectorial, momento en el que el colectivo pasa a ser insuficiente como instrumento. Las propias contradicciones del sistema capitalista van generando, a pesar de todo, por los grados de explotación y plusvalía que requieren, escenarios de confrontación con las más amplias masas. Entonces la radicalidad del colectivo y el campo de acción quedan superados por una lucha reivindicativa que no es posible asumir desde la organización fragmentada y local. La lucha reivindicativa entonces es despreciada, mirada como “reformista” o “meramente económica”, sin entender que son esas grandes masas el sujeto o pueblo a construir como sujeto y pueblo revolucionario y no los instrumentos partidarios, del colectivo o de la organización. La poca comprensión del carácter de la dominación, o el entenderla solamente como una dominación violenta sin comprender la alienación o el dominio ideológico a que son sometidas es la clave para entender este fenómeno. El Estado no solo es una construcción para oprimir y dominar por la violencia sino también para dominar logrando el consenso de los dominados a través de un sin numero de aparatos ideológicos, de propaganda, de educación, en las propias relaciones económicas, de vida cotidiana. El principal problema existente es la relación de dependencia mutua de las masas trabajadoras de sus explotadores: son ellos los que proveen el capital y quienes compran el trabajo que les permite subsistir. Y esas grandes masas no se enfrentaran a ellos sus patrones de manera definitiva sino tienen la confianza en que pueden triunfar y construir una nueva sociedad. Pueden hacerlo, y de hecho lo hacen, de manera parcial, para lograr tal o cual reivindicación, pero solo avanzaran a condición de seriedad en el proyecto, de posibilidad real, de madurez del proyecto revolucionario. Y es en ese sentido el valor de la lucha reivindicativa y económica que permite ir desarrollando organización, confianza en las fuerzas propias, madurar y generar dirigentes, pero sobretodo generar confianza en las propuestas de acción que nacen de la conducción revolucionaria. Ninguna revolución es posible sin las masas como sujeto protagonista principal. Ninguna organización se gana la conducción y el prestigio entre las masas sin estar inserto en ellas, luchando con ellas, madurando con ellas.
Por todo lo anterior se hace necesario volver a poner al pueblo como centro y foco de cualquier proyecto
Recuperar el principal instrumento de conocimiento.Los poderosos y sus socios imperiales están más que satisfechos. Lograron postergar y superar la crisis global en que se encontraba la economía mundo y todo el sistema político que amenazaba con desplomarse en los sesenta y ochenta, infringiendo graves derrotas a los pueblos del mundo entero: no solo se trata del desplome del llamado campo socialista y el paso a un nuevo orden económico, sino que principalmente derrotas en lo ideológico, en la re-instalación del individualismo y el culto a la satisfacción personal y el hedonismo. Se declara la utopía fuera de lugar, la solidaridad es reemplazada por el consumo individual desenfrenado, se instala un concepto de ser humano sin pertenencia a clase y histórico. En lo principal, desde todos los medios de comunicación, culturales y academias controladas por el poder el objetivo es declarar que el marxismo como filosofía y doctrina ha fracasado, así como todas las experiencias ligadas a la construcción de proyecto de una sociedad socialista. Sin terminar de entender que necesariamente los cambios en la esfera de las relaciones de producción impuestas por la contra revolución neoliberal, se traducirían a cambios a nivel de la conciencia política de las masas, agravada por el reflujo del movimiento y la derrota sin la capacidad de comprender los nuevos escenarios de lucha y ante las derrotas estratégicas de organizaciones anteriores, se busca en los orígenes ideológicos las causas de estas derrotas y se decreta que es el marxismo y toda la acumulación de experiencia orgánica y política la que no sirve: para qué Direcciones Políticas si estas se equivocan, para qué estrategias o tácticas si estas son erradas, para qué organización política si basta con la relación horizontal entre iguales. En el fondo de se ha tirado el agua de la bañera con guagua y todo. La negación del conocimiento científico, operada por los poderosos a escala mundial, en nuestro país, logra penetrar en el campo popular con fuerza. Algunos sobrevivientes de organizaciones revolucionarias de las décadas anteriores que intentan reflexionar sobre los fracasos y derrotas, sucumben ideológicamente y son arrastrados a la reflexión fácil y simplista: no es el poder el que se ha impuesto, los orígenes de la derrota hay que buscarlos entre los propios revolucionarios. La solución es simple: para unos es que faltó determinación y valor (lo moral, ético por sobre lo objetivo) , para otros es que las organizaciones estaban infiltradas (la concepción del aparato), para otros es que falló la relación con las masas (se instrumentalizó al movimiento popular), más audazmente los últimos reniegan de todo el conocimiento acumulado en décadas: el marxismo como instrumento de análisis está obsoleto, el partido, el centralismo democrático, la organización misma están superados, todo lo cual abre espacios para las concepciones anárquicas (diferente a anarquistas), a las concepciones de “criterio común”, a la “aceptación de la diversidad”, a la negación de la organización bajo el criterio de todos somos iguales y por ende elevar a categoría máxima la horizontalidad, todo lo que conlleva finalmente a que la superficialidad y lo artesanal predomine sobre el conocimiento y el asumir con rigor y profesionalismo los enormes desafíos de nuestro tiempo. De un plumazo se omite todo el conocimiento científico acumulado desde fines del siglo XIX y las diversas experiencias históricas a escala mundial, cayendo en el espontaneísmo y originando decenas y centenares de experiencias locales que son importantes por su determinación de luchar pero que son sectarias, focalizadas en lo reivindicativo unas, en lo propagandísticos otras y convirtiéndose sus particulares visiones ideológicas en trabas para la construcción de proyectos políticos de carácter nacional o regional. Por todo lo anterior se hace necesario recuperar el marxismo como principal herramienta de análisis y conocimiento para construir un proyecto. Pero no un marxismo mecánico, de manual y recetas, sino la reivindicación de sus tesis principales aceptando que la ciencia es revolucionaria, que las tesis sostenidas a principios del siglo pasado necesariamente han sufrido el rigor de la critica de la praxis por lo que necesariamente existen tesis que ajustar a la etapa del conocimiento actual de la humanidad, recuperando el marxismo revolucionario de Marx como sistema abierto y no como la ciencia definitiva e inmutable que nos presentaron los textos de la URSS y las corrientes estructuralistas. El marxismo a recuperar es el militante, es la teoría como guía para la acción, no es el marxismo que surge en la academia fuera de la lucha de clases como supuesta ciencia de análisis. Es la valorización del materialismo dialéctico, de la lucha de los opuestos, de las contradicciones y su transformación, el método de análisis que va de lo general a lo particular, que valora las condiciones objetivas y materiales de la sociedad tanto como la voluntad para cambiarlas.
Recuperar las lecciones de la propia historia.. Ser social y ser histórico definen dimensiones de un pueblo que se constituye como fuerza social revolucionaria a través de un proceso dinámico y dialéctico de luchas que conllevan a avances y retrocesos, a flujos y reflujos. En lo principal la formación social chilena y su lucha de clases internas esta condicionada por su inserción internacional como economía periférica y subordinada al capitalismo central y en cierta medida su historia está marcada no solo por las contradicciones entre burguesía y proletariado, sino que también por las crisis internacionales del capitalismo, de las políticas definidas en el centro imperial y las crisis entre fracciones burguesas que entran en pugna levantando sus proyectos de dominación. El largo camino de luchas populares, de constitución de un sujeto social que lucha por cambios demandó décadas, abriéndose a finales de los años 60 un periodo de alza constante del movimiento de masas que permitió a la Unidad Popular llegar al Gobierno como alternativa de cambio con un programa de reformas en el marco de la legalidad burguesa, que al intentar ser ejecutado, desató la feroz oposición de las clases dominantes y el imperialismo, agudizó las contradicciones al máximo, permitió la radicalización de una fracción de pueblo que inició un proceso de aprendizaje en torno al poder popular, experiencias ambas que terminaron por cerrarse con el golpe militar y la refundación de la dominación en Chile. La lucha del pueblo contra la dictadura militar permitió a los revolucionarios instalar proyectos de resistencia popular, de guerra revolucionaria, de rebelión popular y sublevación, asumiendo el mayor costo de una lucha que terminó siendo capitalizada por el propio imperialismo y la burguesía opositora a la dictadura, cerrando un nuevo ciclo de ascenso y pasividad en las luchas, esta vez con expresiones de propaganda armada y lucha miliciana, con amplitud de organizaciones de masa que fueron finalmente excluidas del sistema político excluyente que terminó por consolidar el modelo iniciado por la dictadura mediante al apoyo de fracciones políticas desprendidas del campo popular. En el marco de la negación de los proyectos políticos, también existe la negación a esta historia y su continuidad, señalándose como derrotas de otros, de otras generaciones, de otros proyectos, sin entender que son derrotas al conjunto del campo popular. Lo grave de estas posturas en que quienes la sostienen predican están partiendo de cero, negando toda la experiencia acumulada por décadas de lucha y experiencias de diverso tipo. Para ellos no hay lecciones en las luchas de Recabarren por desarrollar los sindicatos, ni en la experiencia de Clotario Blest con el desarrollo de la CUT, no hay nada que aprender de los levantamientos rurales de Ranquil, de la asonada de los anarquistas en la pampa nortina, no hay experiencias a rescatar en la insurrección de la marinería, ni en los intentos de sublevación del 2 de abril, etc., etc. Es necesario recuperar todas las experiencias anteriores, conocer las raíces del movimiento popular y del movimiento revolucionario, los levantamientos populares del siglo pasado, los proyectos y desarrollo de las experiencias de quienes nos antecedieron como el PCR, Vanguardia Revolucionaria Marxista, Grupo Ranquil, Fuerzas Armadas Revolucionarias, MIR, MR2, FPMR, Mapu-Lautaro. Cada experiencia enfrentó problemas y desafíos, acumuló experiencia y conocimiento, aprendió de las formas de operar del Estado y de la represión. Es imprescindible aprender de nuestra propia práctica como pueblo, no solo para imaginar como serán los combates futuros, sino para aprender las lecciones extraídas en cada experiencia tales como el aparatismo, el voluntarismo, el militarismo, el vanguardismo, entre otros fenómenos. En definitiva se hace necesario recuperar un enorme caudal de conocimiento y experiencia extraída de nuestra propia historia para ponerla al servicio de una nueva síntesis que permita generar un nuevo proyecto. Esta nueva síntesis debe ser el centro de la actividad de las organizaciones revolucionarias en el presente. No se trata de una nueva coordinación para una actividad puntual, ni una Federación de organizaciones que coyunturalmente se mueven tras objetivos reivindicativos. Estas actividades pueden y deben realizarse. Se trata por el contrario, de generar un nuevo proyecto revolucionario con una propuesta estratégica, con propuestas de táctica para el periodo, una nueva organización que no eluda comprometerse con un proyecto concreto que se comprometa con la construcción de instrumento orgánico, que se atreva a plantear una estrategia de acumulación de fuerza social revolucionaria. Una organización que se plantee con seriedad y profesionalismo las tareas de constituirse en una organización revolucionaria a escala nacional, una organización para acumular fuerzas, para luchar en todos los terrenos y no solo para un territorio, un sector social, una coyuntura. Una organización que trabaje con humildad, que no haga de la crítica al reformismo su centro y única existencia, que “hable” a través de su práctica más que por sus discursos. En definitiva, una nueva organización que supere los métodos artesanales, una organización de revolucionarios profesionales, que recoja el legado de nuestra historia como pueblo, que se construya a escala nacional, que se plantee una estrategia política, una táctica para el periodo, cuyo centro sea la construcción de una fuerza social revolucionaria que se plantee construir un poder dual, un poder alternativo, para derrotar al capitalismo y construir el socialismo que las masas populares definan