viernes, 7 de septiembre de 2012

NUESTRO MARX (ARTICULO DE ANTONIO GRAMSCI, IL GRIDO DEL POPOLO, 1918)


¿Somos marxistas? ¿Existen marxistas? Tú sola, estupidez, eres eterna. Esa cuestión resucitará probablemente estos días, con ocasión del centenario, y consumirá ríos de tinta y de estulticia. La vana cháchara y el bizantinismo son herencia inmarcesible de los hombres. Marx no ha escrito un credillo, no es un mesías que hubiera dejado una ristra de parábolas cargadas de imperativos categóricos, de normas indiscutibles, absolutas, fuera de las categorías del tiempo y del espacio. Su único imperativo  categórico, su única norma es “Proletarios de todo el mundo, uníos”. Por tanto, la discriminación entre marxistas y no marxistas tendría que consistir en el deber de la organización y la propaganda, en el deber de organizarse y asociarse, Demasiado y demasiado poco: ¿Quién no seria marxista?

Y,  sin embargo, así son las cosas: todos son un poco marxistas sin saberlo. Marx ha sido grande y su acción ha sido fecunda no porque haya inventado a partir de la nada, no por haber engendrado con su fantasía una original visión de la historia, sino porque con él lo fragmentario, lo irrealizado, lo inmaduro se ha hecho madurez, sistema, consciencia. Su consciencia personal puede convertirse en la de todos, y es ya la de muchos; por eso Marx no es solo un científico, sino también un hombre de acción; es grande y es fecundo en la acción igual que en el pensamiento, y sus libros han transformado el mundo así como han transformado el pensamiento.

Marx significa la entrada de la inteligencia en la historia de la humanidad, significa el reino de la consciencia.
Su obra cae precisamente en el mismo periodo en que se desarrolla la gran batalla entre Tomas Carlyle y Heriberto Spencer acerca de la función del hombre en la historia.
Carlyle: el héroe, la gran individualidad, mística síntesis de una comunión espiritual, que conduce los destinos de la humanidad hacia orillas desconocidas, evanescentes en el quimérico país de la perfección y de la santidad.
Spencer: la naturaleza, la evolución, abstracción mecánica e inanimada. El hombre: atomo de un organismo natural que obedece a una ley abstracta como tal, pero que se hace concreta históricamente en los individuos: la utilidad inmediata.

Marx se sitúa en la historia como un solido aplomo de un gigante: no es un místico ni un metafísico positivista: es un historiador, un intérprete de los documentos del pasado, pero de todos los documentos, no solo de una parte de ellos.
Este era el defecto intrínseco a las historias, a las investigaciones acerca de los acaecimientos humanos: el no examinar ni tener en cuenta más que una parte de los documentos. Y esa parte  se escogía no por voluntad histórica, sino por el prejuicio partidista, que lo sigue siendo aunque sea inconsciente y de buena fe. Las investigaciones no tenían como objetivo la verdad, la exactitud, la reconstrucción integra de la vida del pasado, sino la acentuación de una determinada actividad, la valoración de una tesis apriórica. La historia era dominio exclusivo de las ideas. El hombre se consideraba como espíritu, como consciencia pura. De esa concepción se derivaban dos consecuencias erróneas: las ideas acentuadas eran a menudo arbitrarias, ficticias. Y los hechos a los que se daba importancia eran anécdotas, no historia. Si a pesar de todo se escribió historia en el real sentido de la palabra, ello se debió a la intuición genial de algunos individuos, no a una actividad científica, sistemática y consciente.

Con Marx la historia sigue siendo dominio de las ideas, del espíritu, de la actividad consciente, de los individuos aislados o asociados. Pero las ideas, el espíritu, se realizan, pierden su arbitrariedad, no son ya ficticias abstracción religiosas o sociológicas. La sustancia que cobran se encuentran en la economía, en la actividad práctica, en los sistemas y las relaciones de producción y de cambio. La historia como acaecimiento es pura actividad práctica (económica y moral). Una idea se realiza no en cuanto lógicamente coherente con la verdad pura, con la humanidad pura (la cual no existe sino como programa, como finalidad ética general de los hombres), sino en cuanto encuentra en la realidad económica justificación, instrumento para afirmarse.
Para conocer con exactitud cuales son los objetivos históricos de un país, de una sociedad, de un grupo, lo que importa ante todo es conocer los cuales son los sistemas y las relaciones de producción y cambio de aquel país, de aquella sociedad. Sin ese conocimiento es perfectamente posible redactar monografías parciales, disertaciones útiles para la historia de la cultura, y se captaran reflejos secundarios, consecuencias lejanas, pero no se hará historia, la actividad practica no quedara explicita con toda su solida compacidad.

Caen los ídolos de sus altares y las divinidades ven como se disipan las nubes de incienso oloroso. El hombre cobra consciencia de la realidad objetiva, se apodera del secreto que impulsa la sucesión real de los acaecimientos. El hombre se conoce a si mismo, sabe cuanto puede valer su voluntad individual y cómo puede llegar a ser potente si, obedeciendo, disciplinándose a la necesidad, acaba por dominar la necesidad misma identificándola con sus fines.
¿Quién se conoce a si mismo?
No el hombre en general, sino el que sufre el yugo de la necesidad. La búsqueda de la sustancia histórica, al fijarla en el sistema y las relaciones de producción y de cambio, permite descubrir que la sociedad esta dividida en dos clases. La clase que posee los instrumentos de producción se conoce ya necesariamente a si misma, tiene consciencia, aunque sea confusa y fragmentaria, de su potencia y de su misión. Tiene fines individuales y los realiza a través de su organización, fríamente, objetivamente, sin preocuparse de si su camino esta empedrado de cuerpos extenuados por el hambre o con cadáveres de los campos de batalla.

La comprensión de la real causalidad histórica tiene el valor de revelación para la otra clase, se convierte en principio de orden para el ilimitado rebaño sin pastor. La grey consigue conciencia de si misma, de la tarea que tiene que realizar actualmente para que la otra clase se afirme, toma consciencia de que sus fines individuales quedaran en mera arbitrariedad, en pura palabra, en veleidad vacía y enfática mientras no se disponga de los instrumentos, mientras la veleidad no se convierta en voluntad.

¿Voluntarismo? Esa palabra no significa nada, o se utiliza en el sentido de arbitrariedad. Desde el punto de vista marxista, voluntad significa consciencia de la finalidad, lo cual quiere decir, a su vez, noción exacta de la potencia que se tiene y de los medios para expresarla en acción. Significa por tanto, en primer lugar, distinción, identificación de la clase, vida política independiente de la otra clase, organización compactada y disciplinada a los fines específicos propios, sin desviaciones ni vacilaciones. Significa impulso rectilíneo hasta el objetivo máximo, sin excursiones por los verdes prados de la cordial fraternidad, enternecidos por las verdes hierbecillas y por las blandas declaraciones de estima y amor.

Pero la expresión “desde el punto de vista marxista” era superflua, y hasta puede producir equívocos e inundaciones fatalmente palabreras. Marxista desde el punto de vista marxista…todas expresiones desgastadas como moneda que hubieran pasado por demasiadas manos.

Carlos Marx es para nosotros maestro de vida espiritual y moral, no pastor con báculo. Es estimulador de las perezas mentales, es el que despierta las buenas energías dormidas que hay que despertar para la buena batalla. Es un ejemplo de trabajo intenso y tenaz para conseguir la clara honradez de las ideas, la solida cultura necesaria para no hablar vacuamente de abstracciones. Es bloque monolítico de humanidad que sabe y piensa, que no se contempla la lengua para hablar, ni se pone la mano en el corazón para sentir, sino que construye silogismos de hierro que aferran la realidad en su esencia y las domina, que penetran en los cerebros, disuelve las sedimentaciones del prejuicio y la idea fija y robustece el carácter moral.

Carlos Marx no es para nosotros ni el infante que gime en la cuna ni el barbudo terror de los sacristanes. No es ninguno de los episodios anecdóticos de su biografía, ningún gesto brillante o grosero de su exterior animalidad humana. Es un vasto y sereno cerebro que piensa, un momento singular de la laboriosa, secular, búsqueda que realiza la humanidad por conseguir consciencia de su ser y su cambio, para captar el ritmo misterioso de la historia y disipar su misterio, para ser mas fuerte en el pensar y en el hacer.

Es una parte necesaria e integrante de nuestro espíritu, que no seria lo que es si Marx no hubiese vivido, pensado, arrancado chispas de luz con el choque de sus pasiones y de sus ideas, de sus miserias y de sus ideales.

Glorificando a Carlos Marx en el centenario de su nacimiento, el proletariado internacional se glorifica asi mismo, glorifica su fuerza consciente, el dinamismo de su agresividad conquistadora que va desquiciando el dominio del privilegio y se prepara para la lucha final que coronará todos los esfuerzos y sacrificios.