domingo, 27 de noviembre de 2011

UN ANALISIS IDEOLOGICO Y UNA RESPUESTA HISTÓRICA A LAS TESIS DEL CIUDADANISMO

Marcelo D. Cornejo Vilches y Guillermo Rodríguez Morales.
Chile, Noviembre de 2011.

1.- LAS RAÍCES IDEOLÓGICAS BURGUESAS EN LAS CONCEPCIONES CIUDADANISTAS

Fue Alfred Marshall quién en 1873 en su obra “El futuro de la clase obrera” planteo las bases de la basta literatura en la que se basa el actual sustrato ideológico “ciudadanista” tan de moda hoy en Chile.

Sin embargo, es necesario recordar previamente que Alfred Marshall es parte principal de aquel movimiento teórico desatado por la burguesía decimónica inglesa, contemporánea de Marx, la que se vio bastante complicada por el ascenso teórico y político del movimiento obrero por lo que, comenzó a buscar nuevos explicaciones para los problemas económicos poniendo proa a una singular campaña de silenciamiento y persecución de la teoría valor-trabajo y de la explotación capitalista para, de este modo, generar las condiciones de incorporación de los trabajadores al sistema político en un marco de progresiva participación en el consumo masivo que suponía la fe en el crecimiento del mercado capitalista. Si la Iglesia Católica había proscrito las teorías de Copérnico y había condenado a muerte a Galileo, la burguesía acometía similar crimen contra la teoría del valor y de Marx.

En esta perspectiva, aparecieron una serie de obras, entre las que destaca “Principios de Economía” (Alfred Marshall, Inglaterra 1890). El principal argumento de este libro se sustenta en la idea de que todo comportamiento humano esta presidido por el deseo de maximizar el placer obtenido de las cosas. Seria ocioso nombrar a la totalidad de teóricos que trabajaron tras esta idea, pero esencialmente todos convergieron en las siguientes conclusiones: a) La economía debía calcular matemáticamente la relación psicológica entre el hombre y las cosas: de esta manera se desarrolla el concepto de utilidad marginal. b) La sociedad se compone de individuos egoístas que buscan aumentar el placer que generan los bienes y maximizar sus ingresos monetarios. c) La economía deja de estudiar la producción y distribución desde el punto de vista de las relaciones sociales (hombre-hombre) y pasa a ocuparse del estudio de las relaciones entre hombre-cosa. Es decir, comienza a estudiar la actitud del hombre con necesidades ilimitadas frente a la ley de la escasez. Con esto desaparece el concepto economía política y pasa a llamarse simplemente economía. En consecuencia, la ciencia económica pasa a estar presente en todos los dominios de la vida humana en tanto los hombres deban jerarquizar fines en un plano de necesidades ilimitadas y medios siempre escasos.

Pero además, Marshall subrayó la necesidad de contar con un fuerte sistema educacional cuyo fin último era dotar a los individuos de la suficiente capacidad analítica para discriminar y rastrear la información sobre los precios. Si se conoce la información, el individuo elige bien y el mercado funciona de manera óptima. El principal mecanismo de medición de precios es el dinero, sostenía A. Marshall, que «es con mucho una medición de motivos tan inmejorable que ninguna otra puede competir con ella”. Este principio económico extrapolado al ámbito político describe a una clase obrera camino hacia la desaparición frente al robustecimiento y profundización de la educación. La clase obrera terminaría convirtiéndose en una clase de caballeros que con mayor educación reclamarían su ciudadanía y participación en la toma de decisiones públicas.

El idealista y aristocrático Marshall afirmaba que los obreros se caracterizaban por soportar una carga de trabajo pesada y excesiva. A su juicio, los trabajadores están desarrollando «cada vez más una independencia y un respeto hacia sí mismos, y, con ello, un respeto cortés hacia los demás; están aceptando cada vez más los deberes privados y públicos de un ciudadano”. Agregaba que, “Cuando el avance técnico ha reducido el trabajo pesado a un mínimo y este mínimo se reparte en pequeñas proporciones entre todos, entonces, en tanto en cuanto las clases obreras son hombres que tienen que hacer ese trabajo excesivo, las clases obreras habrán desaparecido».

La discusión sobre la ciudadanización quedo planteada en esos términos hasta que medio siglo más tarde otro Marshall, esta vez Thomas Humphrey Marshall, catedrático y director del Departamento de Ciencias Sociales en la London School of Economics, precisaría la relación entre economía y política iniciada por Alfred. Su magistral y fundacional Conferencia “Ciudadanía y Clase Social”, está construida en un contexto de épicas luchas por dotar a la sociología de estatus científico y académico dentro de las ciencias sociales. Su problemática derivaba de las aportaciones de Alfred Marshal y su método para entender la economía: la combinación de modelos matemáticos y la psicología.

Este destacado sociólogo inglés le respondía a Alfred en 1949 que “A riesgo de parecer un sociólogo típico, comenzaré proponiendo una división de la ciudadanía en tres partes, pero el análisis no lo impone, en este caso, la lógica, sino la historia. Llamaré a cada una de estas tres partes o elementos, civil, política y social. El elemento civil se compone de los derechos necesarios para la libertad individual: libertad de la persona, de expresión, de pensamiento y religión, derecho a la propiedad y a establecer contratos válidos y derecho a la justicia. Éste último es de índole distinta a los restantes, porque se trata del derecho a defender y hacer valer el conjunto de los derechos de una persona en igualdad con las demás, mediante los debidos procedimientos legales. Esto nos enseña que las instituciones directamente relacionadas con los derechos civiles son los tribunales de justicia. Por elemento político entiendo el derecho a participar en el ejercicio del poder político como miembro de un cuerpo investido de autoridad política, o como elector de sus miembros. Las instituciones correspondientes son el parlamento y las juntas del gobierno local. El elemento social abarca todo el espectro, desde el derecho hasta la seguridad y a un mínimo bienestar económico al de compartir plenamente la herencia social y vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estándares predominantes en la sociedad. Las instituciones directamente relacionadas son, en este caso, el sistema educativo y los servicios sociales.”

En consecuencia para T.H. Marshall el concepto de ciudadanía tiene, por tanto, tres componentes: el civil, el político y el social. Los derechos civiles surgieron con el nacimiento de la burguesía, durante el siglo XVIII, en su lucha contra los privilegios de la aristocracia, y se fraguaron alrededor de la propiedad privada, la igualdad ante la ley, la libertad de comercio y de expresión. Los derechos políticos se alcanzaron a lo largo del siglo XIX con el acceso paulatino al sufragio universal, que reflejó en buena medida las reivindicaciones de la clase trabajadora, y por último, los derechos sociales a la educación, el trabajo, la salud y las pensiones se han ido adquiriendo a lo largo del siglo XX con el desarrollo del Estado de bienestar y la conquista de las reivindicaciones sociales.

Por consiguiente, la extensión de los derechos de ciudadanía reduce ciertas desigualdades sociales, especialmente las que van unidas al mercado, de tal manera que la posesión de la propiedad ya no es el determinante de su renta real. Esta se ve notablemente modificada por la redistribución de bienes y servicios a través del Estado. Los efectos de esa política darían pie a nuevas formas de consenso y cooperación social en una sociedad caracterizada por la división de clases y la economía de libre mercado

Por eso, la teoría de la ciudadanía pone un énfasis especial en la igualdad, subrayando la importancia y el respeto a la dignidad humana más que a la igualdad material. Es partidaria y apoya la democracia y trata de extender el principio de la participación de los ciudadanos en todas las esferas de la vida pública y sobre todo en el mundo del trabajo. En este sentido, el Estado es considerado como un instrumento de armonía social, puesto que todos formamos parte de él y debe estar comprometido con nuestro bienestar.

Sin embargo, detrás de este corpus teórico está el “socialismo Fabiano” o “socialismo ético”, concepción ideológica caracterizada por: a) Un compromiso claro con los principios de libertad, igualdad y fraternidad, y la fe en el poder de las virtudes morales para perfeccionar a las personas y ennoblecer a las naciones. b) Sus representantes luchan por la igualdad de las condiciones sociales como fundamento del progreso y del respeto a la persona humana, base del desarrollo de los derechos del individuo, tanto civiles como políticos. c) Su sentido de la historia, su teoría de la personalidad y de la sociedad sitúan la motivación moral como el móvil principal de la conducta personal y de la organización social, pero son contrarios tanto al determinismo evolucionista liberal como al historicismo, porque los seres humanos son libres en cualquier circunstancia para forjar su propia historia, por tanto ni el socialismo es inevitable ni las conquistas sociales y políticas que se han alcanzado hasta hoy son irreversibles. Por eso consideran el proceso histórico como una lucha continua para alcanzar el desarrollo de sus principios morales. (Aquí enlaza con el relativismo cultural). En definitiva el socialismo Fabiano se propone avanzar en la aplicación de los principios del socialismo utópico mediante reformas graduales. En este sentido el socialismo deja de ser un movimiento revolucionario, para convertirse en “una etapa” en el desarrollo y la evolución tranquila y pacífica de las instituciones existentes. Por esta razón, los fabianos son partidarios de la propiedad pública de los medios de producción para acabar con el desorden económico y los abusos provocados por el capitalismo. También desean la extensión de la sanidad y la educación gratuita para todos los ciudadanos, así como la regulación detallada de las condiciones de trabajo para acabar con la lacra de la explotación infantil y los accidentes de trabajo.

¿Por qué es importante recordar los antecedentes teóricos del concepto “ciudadanía”?.

En la actual coyuntura de lucha ideológica y de clases sociales es fundamental poner las cosas en su lugar.
Uno de los ejes de ofensiva teórica e ideológica de la burguesía en la sociedad dice relación con el concepto ciudadanía y ciudanización de la política a contrapelo de la comprensión de la historia y la sociedad en perspectiva de lucha de clases. En este sentido, la ciudadanía vendría a ser un valor esencialmente democrático que trasciende las diferencias sociales y que “integra” a partir de “la diversidad”. Una “ciudadanía movilizada” puede forzar sin mayor costo social y sin violencia a los dueños del poder para conceder mayores espacios de participación y libertad. Tal como nos planteaba Alfred Marshall, para los “ciudadanistas” la clase obrera se ha ido diluyendo con el progreso cultural y tecnológico, perdiendo su sitial como gestor y motor de la historia universal. El ciudadanismo ha ido tomando diversos rótulos y formas, entre los más “de moda” ha estado el “movimiento de los indignados”, “los Foros Sociales”, “la sociedad civil”, “las multitudes”, “las ONGs”, “las clases medias”. Estos grupos auto organizados en lo local son la fuerza motriz que dirige la emancipación de la sociedad adaptándola de este modo a la lógica democrática. Se evita así el enfrentamiento directo con los centros de poder y sus fuerzas materiales y subjetivas. En consecuencia, los asambleístas y ciudadanos descubren que la política y la potencia del cambio social están en las calles, en los barrios, en la iniciativa popular, en las cooperativas y centros culturales.

Pero, al escarbar un poco más en la teoría ciudadanista nos encontramos con los preceptos básicos de la “economía moral”, sustancia básica de todo el discurso que pone como principal agente de cambio histórico al “ciudadano”. Este concepto fue elaborado por el historiador británico E.P.Thomson que a su vez es referencia fundamental de historiadores que actualmente sustentan la teoría ciudadanista como Gabriel Salazar. La “economía moral” es la base explicativa del comportamiento social frente a los problemas económicos e históricos tales como la inflación, el estancamiento, la cesantía. De aquí derivan las exigencias por “el derecho al trabajo”, “el salario ético”, “sueldos justos”, “precios justos”. Su entelequia reside en la equidad y justicia conseguidas por comunidades cuyos principios de cooperación mutua y subsistencia priman sobre la búsqueda individual de ventajas materiales. No se busca el beneficio a cualquier precio. En esta economía moral es esencial la “transparencia” conseguida con información oportuna y cualificada que, los individuos y comunidades, usan para escoger y elegir “el bien o el servicio” con menor impacto posible en las tradiciones, culturas, medio ambiente, etc. De este modo, tanto la independencia individual como la atomización local comunitaria en pequeños grupos, son objetivos a conseguir por sobre cualquier consideración colectivista que implique “alterar” las particularidades de cada individuo o comunidad. Por ejemplo, no se persigue apoyar proyectos sociales y políticos macros, tampoco se busca transformar la estructura social global, ni menos aún se busca la instalación o construcción de proyectos de desarrollo con carácter de clases, aún cuando esta persiga un aparente beneficio o bienestar colectivo. La “multitud”, ese gran espectro de individuos y comunidades locales carentes de esas pesadas cargas orgánicas y políticas propias de “los antiguos movimientos populares”, o “los antiguos movimientos obreros”, viene a reemplazar conceptualmente a la “antigua lucha de clases”, diluyendo y superando la heterogeneidad y desarticulación orgánica propias de aquellas individuos y comunidades que se rebelan o amotinan en defensa de la subsistencia o su nicho ecológico.

A este moralismo se le debe asociar también el “maltusianismo”, incluso cierto “catastrofismo milenario” toda vez que, es un mito arraigado en los círculos ciudadanistas y ecologistas, una supuesta progresión geométrica en el ritmo de crecimiento de la población en contraste y tensión con el aumento aritmético de los recursos para su supervivencia. Por esta razón, el nacimiento de nuevos seres humanos aumentaría la pauperización gradual de la especie humana e incluso podría provocar su extinción y catástrofe. A partir de aquí se deriva también la idea de construir “una economía solidaria” mediante la caridad y ayuda a los pobres “carentes de recursos”.

En esta misma línea debe asociarse también “el desarrollo sustentable” y “el capitalismo verde” toda vez que, el capital, requiere ajustar mecanismos que aminoren el impacto degradador en los ecosistemas. De este modo, la necesidad de garantizar la acumulación y reproducción del capital a futuro, exige que el mercado enfrente la crisis ambiental creando ramas de producción y patrones de consumo “verdes y limpios”, todo lo cual permite dar una salida viable o “sustentable” a la crisis ambiental y energética en los marcos tradicionales del capitalismo, todo esto por cierto, sin necesidad de recurrir a una profunda transformación en las relaciones sociales y de producción así como de las estructuras económicas. En este sentido este “capital sustentable” es un concepto de riqueza propio de la post modernidad toda vez que se propone un uso sostenible y racional de la naturaleza y el medio ambiente. De esta manera por ejemplo, la actual crisis alimentaria es explicada por el excesivo consumo de algunos grupos humanos en detrimento de otros que se reproducen más aceleradamente. En esta concepción no es vislumbrado como problema fundamental las leyes internas de la reproducción y ampliación de la acumulación del capital que destina una mayor proporción de medios de producción y mercancías a ramas que aseguran mayores cuotas de plusvalía y tasas de ganancia en detrimento de la satisfacción de necesidades sociales globales.

Pero, el moralismo económico de los ciudadanistas se ve robustecido con la antropología social en tanto cuanto se consagre como silogismo el conocimiento social obtenido por medio del rescate a las especificidades y particularidades antes ignoradas como hojarasca por el modernismo vanguardista tales como las costumbres, relaciones parentales, medios de alimentación, salubridad, mitos, creencias y relaciones de los grupos humanos con el ecosistema. La búsqueda de lo particular previamente desechado por las estructuras omnipresentes será una de las cualidades que tanto florecimiento tendrán en la constelación post modernista.

Si combinamos las ideas anteriores con el post modernismo, pronto entenderemos nítidamente por qué el ciudadanismo es un subproducto ideológico esencialmente burgués. Y esto es así porque el post modernismo declara fracasados todos los proyectos históricos de emancipación global simplemente porque es imposible lograr la revolución. Bajo distintas condiciones históricas, todas las revoluciones o intentos revolucionarios fracasaron, nos interpelan los post modernistas. En consecuencia, desaparece todo compromiso con los grandes proyectos políticos. Los grandes relatos se hunden, las “vanguardias fracasadas y derrotadas” ya no pueden seguir tutelando a los “sujetos sociales de carne y hueso”. Se termina así con una de las facetas del modernismo a saber, el verticalismo histórico. Emergen así la hibridación, la cultura popular, el descentramiento de la autoridad intelectual y científica, la desconfianza ante lo colectivo, la deslocalización comunitaria, la desconexión social, la virulencia de lo particular sobre lo general, el autoconocimiento por sobre el conocimiento colectivo.

Este marco ideológico sirve para el predominio del “relativismo cultural”, aquella actitud o análisis que se esfuerza por comprender la realidad a partir de las particularidades propias y profundas que cada cultura tiene. En este sentido, todos los puntos de vistas son válidos porque no existe un patrón moral o cultural superior a otro, pues los valores están determinados por el medio social y geográfico concreto en que surgen. Se combate así “el universalismo” al que tiende el modernismo y todos sus proyectos históricos globales asociados, incluyendo a las revoluciones y sus aspiraciones “totales” y finales. De este modo, los individuos juzgan a otros grupos en relación a su propia cultura o grupo particular. Se niega de esta manera la uniformización del modernismo. Por consiguiente, el contenido de lo que significa “racional” y lo “sensato” deja de tener validez universal. Cada cultura valora de acuerdo a su propia experiencia lo que es racional o sensato. ¿Tiene alguna cabida la revolución social, la lucha de clases, la política de la vanguardia en este tipo de concepción ideológica?. No, simplemente porque a este relativismo moral le es muy fácil asociarle el “nihilismo existencialista” donde nada tiene un valor o significado intrínseco y donde la vida, en tanto juego, tiene como único alcance válido lo “lúdico”, el azar y el hedonismo. Por esta razón hay que “deshacerse” de todas las ideas preconcebidas para dar paso a una vida con opciones abiertas de realización, una existencia que no gire en torno a cosas inexistentes y utópicas como “la revolución”. Si se sigue por este camino, a los ciudadanos sólo les basta asumir que son ellos el poder de donde emana la soberanía para que puedan realizarse los cambios y deseos que ellos reclaman. Esto viene a ser una posibilidad concreta, sin mayor costo social y compatible con la idea de que todo individuo puede conseguir sus propósitos con solo desearlos. No vale la pena sacrificar la felicidad existencial inmediata por proyectos ideológicos y ya derrotados. Es mejor luchar por un petitorio de demandas concretas realizables aquí y ahora con el menor sacrificio posible.

Peor aún, si antes los partidos políticos cumplían el rol de conductores de los grandes movimientos de masas hoy, bajo las concepciones deslocalizadoras y desuniversalizadoras, el vacío dejado por las vanguardias y partidos políticos es llenado por las ONGs, verdaderas vértebras de los movimientos ciudadanos. Sin embargo, las ONGs concebidas como estrategia amortiguadora de los conflictos sociales frente a las súper estructuras, que generan fuentes de trabajo e ingresos para numerosos intelectuales, profesionales y técnicos; pronto caen en lo que, uno de los destacados políticos latinoamericanos aliado de las tesis ciudadanistas, el Canciller boliviano García Linera, denomina “oenegismo” o “enfermedad infantil del derechismo”. Esta descripción subraya cómo las ONG´s van absorbiendo y sistematizando una forma de pensamiento suplantadora de la sociedad, practicando una lógica prebendal de colonización de las dirigencias sociales. Al buscar suplantar el pensamiento y acción organizativa de los sectores populares las ONGs consiguen defender diversos intereses asociados a la pequeño-burguesía, la burguesía y el imperialismo. Estas ONGs que, se camuflan para servir de brazo operativo de intereses de clases específicos, usan el financiamiento obtenido “desinteresadamente” por diversas instituciones que impulsan la circulación de recursos “donados” por el capital con el fin de evitar la construcción práctica de nuevas estructuras de poder estatal antagónicas con los intereses de las burguesías y el capital.

Dada la imposibilidad de la revolución, la desaparición del universalismo totalizante, la crisis y derrota de los grandes relatos, no tiene ningún sentido plantearse el problema de los medios para realizar el cambio social. En este contexto, los largos y profusos debates en torno al papel de la violencia en la acción política o en la transformación social quedan ausentes por completo. Despareciendo de la discusión política modernista uno de los ejes centrales a saber, la revolución y la violencia, queda en la mesa instalada de manera incólume y solitaria la gran panacea del pacifismo. Dicho de otra manera, al desaparecer uno de los miembros de la ecuación, queda como válido el único sobreviviente a saber, el pacifismo. El pacifismo, como pilar sobreviviente en la vieja discusión cimentada cuando las revoluciones no eran cuestionadas, queda como única potencia alumbrando al ciudadanismo que, cándida y placidamente, lo toma como fibra esencial de su praxis. La no violencia activa, la diplomacia, la desobediencia civil, el boicot, la objeción de conciencia, las campañas de divulgación y la educación por la paz pasan a constituir un repertorio programático recurrente en el ciudadanismo.

En este punto también cabe abordar críticamente un mito “apocalíptico” arraigado en algunas concepciones políticas ascéticas que pululan en algunos sectores revolucionarios y que dicen relación con la supuesta “venida” o “llegada” de la crisis final del capitalismo. Algo así como la revelación o espera del día del juicio final. Pero, ¿es posible afirmar la inminencia o existencia de la crisis final del sistema capitalista?. Creemos que no. Es más, ni siquiera es posible afirmar la muerte o desaparición de las contradicciones propias del capitalismo y la ley del valor aún bajo sistemas económicos sustentados por fuerzas político-sociales declaradas abiertamente anticapitalistas que ven con verdadero espanto y horror la existencia de la ley del valor, los precios, el mercado y la propiedad privada enmarcadas en la construcción del socialismo o en la toma del poder por parte de fuerzas políticas revolucionarias. Muy por el contrario, “queda aún suficiente paño por cortar”, en el entendido que este modo de producción todavía muestra considerables márgenes de crecimiento de las fuerzas productivas. Prueba de ellos son los llamados BRICS (sigla que designa a las potencias económicas en “vías de desarrollo”: Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Si el capitalismo fue impulsado fuertemente por Europa en el siglo XIX y por Estados Unidos en el siglo XX, todo parece indicar que durante el presente siglo XXI, será esta zona económica la que servirá de motor dinamizador del capitalismo a nivel global. Los BRICS son los grandes receptores de IED (Inversión Extranjera Directa) y de flujos de capital, los grandes productores de energía, la gran despensa mundial de reservas naturales y agua, los grandes poseedores de una inmensa población mundial que aún vive en pleno desarrollo etapas transitorias de urbanización y modernización, y donde el capital ve con gran esperanza y aliento sus perspectivas de reproducción y ampliación. Más aún, dado que están muy lejos de ser considerados parte de un capitalismo maduro, el capital funda sus promisorios alientos en que esta nueva locomotora de la economía mundial recién recorre el primer tercio de su trayecto. En consecuencia, el capitalismo chileno no se encuentra en una crisis sin salida, ni en un declive económico, ni menos político e ideológico. Afirmar esto equivaldría a obviar la realidad histórica. Más bien el capitalismo es atravesado por grandes contradicciones y tensiones que muestran que no es un sistema diseñado para satisfacer necesidades humanas y sociales, y que sólo la lucha de clases ha permitido y permitirá el desarrollo de las fuerzas productivas. No obstante, dado que el capitalismo se muestra como un sistema dotado de gran flexibilidad histórica y capacidad para sustituir un modelo de desarrollo por otro, hasta el momento la clase dominante ha encontrado la salida a estas contradicciones en el mismo sistema capitalista.

¿Equivale esta observación a extraer como conclusión la inviabilidad de todo esfuerzo histórico revolucionario?. Al respecto, preferimos rescatar aquel juicio de Engel relativo a los orígenes del movimiento comunista europeo decimónico “…si se seguía interpretando cada acontecimiento como un signo de la tormenta que se avecinaba y se mantenían vigentes los antiguos estatutos semiconspirativos, había que achacarlo a la tozudez de los viejos revolucionarios..” A diferencia de lo que cómoda y oportunistamente podrían concluir algunos apóstoles del entreguismo, nosotros creemos que la respuesta en clave histórica a esta problemática está dada por procesos como las revoluciones europeas, la revolución rusa, la revolución china y los distintos esfuerzos revolucionarios latinoamericanos, en particular el proceso chileno; y es que a mayor desarrollo de las fuerzas productivas, mayor desarrollo de la lucha de clases, y viceversa. Esta lucha la podemos cuantificar en una doble perspectiva: por un lado, ¿cuánto esfuerzo material debe realizar la facción hegemónica de la burguesía para poder sostener la dominación sobre las demás clases sociales?, problema que va asociado con otro, a saber, ¿cuánto esfuerzo deben realizar las clases dominadas y explotadas para zafarse de dicho sistema de dominación?; y por otro lado, ¿cuánto se han modificado y cambiado las fuerzas productivas?.

En consecuencia es menester precisar que, en el caso de la clase asalariada y explotada, el hecho de saber capitalizar esta lucha de clases con saldo a favor dependerá esencialmente de la existencia, racionalidad, claridad, organización y capacidad de dirección de la llamada vanguardia política revolucionaria. Si esta organización revolucionaria no existe o no es capaz de hegemonizar ideológicamente a la sociedad para un proyecto de clases, eso no es responsabilidad de la historia, sino de las omisiones, errores o nivel de derrota de los propios trabajadores. Tampoco es posible acercar el fin de la tiranía del capital sobre los explotados, si estos mediante la lucha de clases no acicatean el desarrollo de las fuerzas productivas. Es decir, la lucha de clases no sólo produce el desarrollo de las fuerzas productivas sino que nos acerca a la libertad de los trabajadores respecto del capital. Lo anterior alcanza toda su significación bajo la tesis marxista donde es la historia la que pone las condiciones y el ser humano quien protagoniza el cambio histórico. Es bajo esta concepción que, por ejemplo, Marx describiera al capitalismo europeo en plena etapa de crecimiento y expansión, a la vez que analizara y elogiara largamente hechos históricos como la Comuna de Paris, nacida y desarrollada justamente en medio de esa espiral de crecimiento capitalista. Es del todo justo rescatar este ejemplo, porque las causas de la derrota de la Comuna de Paris fueron esencialmente de carácter militar y político y no una “derrota histórica” de los trabajadores que suponga el triunfo permanente del capital sobre los asalariados.

Por consiguiente es pertinente preguntarnos, ¿tendría sentido para Marx y los primeros revolucionarios, organizar a la clase obrera mundial con un programa abiertamente anticapitalista como “El Manifiesto Comunista”, si el capitalismo europeo y mundial ni siquiera entraba a la era de los monopolios?. La coherencia y sentido histórico de ambos hechos reside en la lucha de clases. Mientras más se agudizan las contradicciones propias del desarrollo del capitalismo, mientras se potencien las fuerzas objetivas de la acumulación de capital, la lucha de clases, en tanto base de todo movimiento histórico de largo aliento, no sólo explicara, sino que fomentara permanentemente, siempre en todo momento y lugar, la acumulación de fuerza social y política en pos de cambios profundos no sólo en la fisonomía social sino en su esencia y fundamento. Reiteramos que la responsabilidad de llevar a cabo dicho proyecto no depende de la historia (que ya hizo su parte al poner las condiciones), sino del agente mismo que aspira a protagonizar el cambio histórico. Es por eso que existen diversos proyectos históricos, es por eso que las clases luchan y es por eso que la lucha política del proletariado no puede ser juzgada a partir de las necesidades históricas del presente. Por eso decimos que una cosa es que a este modo de producción capitalista aún le quede espacio para desenvolverse y, otra muy distinta, es renunciar a la acumulación de fuerza para un proyecto de cambio histórico radical. Si alguien que use el materialismo histórico como método de análisis llegase a incurrir falazmente en la conclusión de que mientras al capitalismo le queden fuerzas para crecer no tiene sentido luchar contra él, es porque en definitiva, pretende acomodarse al alero del proyecto político hegemónico de la facción de turno de la clase burguesa. Contrario a esta apostasía, lo que proponemos con este trabajo es estudiar objetivamente el desarrollo del sistema capitalista rescatando la lucha de clases como matriz de análisis histórico, motor del desarrollo de las fuerzas productivas, único universo en que se expresan las contradicciones más feroces del régimen del capital y donde los trabajadores explotados y asalariados deben construir una respuesta política orgánica que le permita rebasar y vencer los límites económicos, políticos y sociales que se oponen a su liberación y perpetúan su dominación.

2.- EL CIUDADANISMO EN EL CHILE CONTEMPORÁNEO

Hacia fines de la década de 1980, el país entraba en la etapa de legitimación socio política del modelo capitalista impuesto sobre la base del terror y exterminio de la tiranía de Pinochet. En aquel entonces se vivía la crisis del socialismo. Una pléyade de teóricos y connotados dirigentes de la izquierda firmaban a nombre de decenas de años de lucha de clases, una verdadera capitulación incondicional en los altares de la ideología construido por los sumos sacerdotes del capitalismo mundial. Eran los apóstoles de la capitulación teórica y política, base para su posterior acomodamiento socio económico con el que el capital les “conmovió” y “convenció” .

Todo su planteamiento se basaba en una especie de revolución coperniana de la política. Su objetivo era la búsqueda de una verdadera identidad de izquierda ajena al marxismo leninismo. Sostenían que la ideología en el marxismo era una rémora que había derivado en fundamentalismo, de lo que había que desprenderse rápidamente, esto si realmente se quería recuperar los principios liberales de la verdadera izquierda, aquella nacida al alero de la revolución francesa. Este ejercicio exigía declarar interdictas y refutadas las teorías de Marx y Engels. Aparentemente nada de sus supuestos se habían cumplido. Las tan mentadas condiciones objetivas de la lucha de clases y las crisis cataclísmicas del capitalismo no se habían verificado. Se habría mostrado como falsa, irreal y precipitada la existencia de la lucha de clases y el crecimiento de la masa de asalariados.

Si este era el descrédito del marxismo no se podría haber esperado mucho de Lenin. Al leninismo se le acuso de ser responsable de la desviación de las ideas de izquierda al promover un proyecto político autoritario y totalitario en grado sumo. La dictadura del proletariado y la vanguardia revolucionaria fueron desechadas de un plumazo. Se les endilgo la generación de un supuesto control total de la sociedad mediante el culto a la personalidad de un líder, llámense Lenin o Stalin. Por lo tanto de la experiencia socialista mundial no había nada que pudiese ser rescatado: ni la propiedad estatal socializada, ni la dictadura del proletariado, eran experiencias a considerar en un "proyecto democrático, moderno y de izquierda".

Esta nueva izquierda basaría su accionar en la democracia, entendida como la ciudanización de la política, la institucionalización de la acción ciudadana, la secularización cultural y valórica, la autonomía de lo político respecto de lo social, la subjetivación de los conflictos sociales. En adelante la izquierda debía trabajar en el ámbito cultural más que luchar por el poder político.

La base material de este cambio fue empotrado en los deslumbrantes y acelerados desarrollos tecnológicos del último tercio del siglo XX.

Ya no existía la base material para la clase trabajadora. Esta no sólo había perdido su sitial en la esfera política sino también en el plano real de la existencia material. En este escenario, cualquier reclamo en torno a la distribución o la propiedad de los frutos del crecimiento, no eran más que ilusiones propias de los populistas. En su lugar debía valorarse el papel de la acumulación capitalista, de la empresa privada y sus múltiples iniciativas de inversión. Se debía valorar el nacimiento de la sociedad del conocimiento, un tipo de mundo posindustrial, donde lo relevante seria el capital humano, enriquecido por la conectividad digital, considerada la principal diferencia cualitativa en el desarrollo de las distintas sociedades.

Todo este planteamiento de término de década de los ochenta ha echado profundas raíces y ha alcanzado ha hegemonizar importantes y prestigiosos centros de pensamiento progresista. Se puede rastrear esta influencia, por ejemplo, en el llamado Tercer Manifiesto de Historiadores elaborado casi dos décadas después de gestada la “transición a la democracia” y que coincide con el término del ciclo político de los gobiernos de la Concertación. Esta vez bajo una nueva cepa, las ideas legitimantes que se entronizaron a principios de los noventa, se transfiguran y preparan el escenario para las ideas legitimantes del nuevo ciclo político que se inicia. Por cierto que los vicios de los que generosamente hicieron ostentación nuestros ex ideólogos, no tienen nada que ver con las virtudes y honestidad intelectual de los autores del Tercer Manifiesto de Historiadores. Destacan como comité de iniciativa de dicho trabajo notables historiadores y respetados profesores como Julio Pinto, Gabriel Salazar, Sergio Gres, María Angélica Illanes, entre otros profesionales que adhieren.

Sin embargo desde el punto de vista político este es un verdadero “¿Qué hacer?” proveniente del mundo académico. Sus principales ideas descansan en la tesis de que “la explotación, la plusvalía, la acumulación, la desigualdad y el conflicto…ha sido objeto de una re-ingeniería…. reemplazando las antiguas estructuras omnipresentes por fragmentaciones semi-invisibles” (es decir, microestructuras). Esto sirve para ratificar la idea de que “Las clases sociales que el industrialismo modeló tan nítidamente a lo largo de casi 200 años, han sido fragmentadas y re-modeladas….(por tanto)….el materialismo histórico de Marx corresponde a una elaboración realizada durante la fase inicial del industrialismo”. En conclusión, “la gran empresa se eclipsa”, “el conflicto de las estructuras (es reemplazado) por el conflicto subjetivado”, “El enemigo, tan ostentoso y visible en la época del industrialismo, se torna fluido y fugaz” . Por consiguiente, la base del conflicto de clases, a saber, la explotación y la plusvalía, “se invisibilizaron”, se “eclipsaron” “se fragmentaron”, o bien, se hacen tan fluido que terminan “fugándose”, lo que daría la razón a los apóstoles que analizábamos al principio en torno a que el materialismo histórico ya es cosa del pasado, toda vez que el conflicto de clases habría sido reemplazado por un conflicto social subjetivado, donde “la ciudadanía” seria protagonista del cambio histórico. Las definiciones de esta nueva economía política capitalista estarían dadas por el hecho de que el enriquecimiento de la burguesía habría sido sustituido por la acumulación de un “capital en movimiento perpetuo”. Los bajos salarios habrían sido reemplazados por el cupo en la tarjeta de créditos, tarjeta cuya función seria aumentar el poder adquisitivo de los asalariados.

Lo extraño de esta interpretación es que no explica cómo nacen y se desarrollan estas “microestructuras” si el capital lo que ha hecho es precisamente lo contrario, avanzar aceleradamente en los procesos de concentración y centralización, cuya manifestación es la creación de superestructuras cada vez más sofisticadas.

En consecuencia, habida cuenta de este diagnóstico, el materialismo histórico debería ser reemplazado por una "ciencia revolucionaria", algo que nos transporta a un concepto de raíz salazariana bastante ambiguo y discutido, la llamada “ciencia popular”. De lo anterior se sigue que, “las viejas tácticas gastadas y derrotadas” deben ser reemplazadas por “estrategias innovadoras” y eficientes. Así, “las teorías dogmáticas” y “revoluciones clásicas” deben ser reemplazadas en un esfuerzo de innovación histórica llevado a cabo por “los ciudadanos”.

Aquí la pregunta que surge es: ¿cuál seria la innovación histórica ofrecida? Esta innovación nace de "un contra-ardid", cuya tarea seria desarrollar una política popular para “re-construir” al mercado, al Estado y a la sociedad. Esto exige levantar las banderas de la soberanía popular entendida como aquel “poder socio-cultural que no basta, pero permite iniciar la construcción de los otros poderes”. Esto es importante porque “administrando recursos propios se aprende a gobernar, primero en lo propio, luego en lo local”. Y así sucesivamente hasta llegar a lo nacional. Así de fácil.

¿Quienes están llamados a llevar a cabo este esfuerzo histórico?. No son otros más que “los rebeldes de siempre”, “los demócratas de verdad” y “el movimiento popular”, entendiendo esto último como “organizaciones sociales” de carácter “populares”.

¿Cómo se construyen estos sujetos? Bueno, “bajo los principios de independencia y autonomía de las organizaciones sociales populares”. Por cierto que este esfuerzo “exige replantear a las organizaciones políticas a la luz de una concepción renovada de los movimientos sociales” y de los “proyectos de cambio social radical”

¿Con qué programa?. Con el poder democrático definido como aquel “proceso social de construcción participativo” que conduzca al establecimiento de nuevas relaciones sociales e institucionales.

Esto exige levantar un proyecto global de reorganización de la sociedad y del Estado, la construcción de una “democracia social”. Por lo tanto el movimiento popular debe aprender a administrar recursos, controlar los procesos productivos y comerciales y también debería controlar al capital financiero que hoy administran las AFPs y los capitalistas extranjeros.
Y esto seria así porque el poder real no es exclusivamente político ni militar. El verdadero poder social implica manejar todas las variables que dicen relación con el desarrollo de la vida social. Este debe usarse con el objetivo de lograr la emancipación y liberación social.

Aquí resalta una idea muy extraña, y es que según el Tercer Manifiesto de Historiadores, la ciudadanización de la política nos permitiría tomar control democrático o, a lo menos, influir en el capital financiero en sus diversas formas: IED, AFPs, Bancos, Bolsas, y flujos de distinto carácter. Es una idea muy rara, que a mi juicio, nace de la idealización atribuida a la ciudadanía, la participación democrática y el comportamiento del capital financiero, o del gran capital. El problema está en que no es posible recabar antecedentes suficientes que permitan sustentar esta convivencia entre democracia social y real con el gran capital. Si se observan los países o Estados en que este capital se instala, son precisamente casos en que la democracia esta disminuida a tal punto, que simplemente es un cascarón vacío, sin existencia de participación real de la ciudadanía o de los trabajadores en la toma de decisiones. Incluso más, este tipo de capital se instala en condiciones políticas lo más autoritaria posibles, ojala semejantes a un régimen de “dictadura perfecta”. La evidencia indica que Estados Unidos, Europa, los BRICS, América Latina (Chile por ejemplo ) tienen regímenes políticos ubicados en las antípodas de la democracia real y directa protagonizada por las clases sociales explotadas conscientes en sí y para sí mimas . En su lugar, regímenes altamente autoritarios con democracias formales carentes de cualquier tipo de participación política real, sirven de marco institucional para el funcionamiento del gran capital en cualquiera de sus formas. En general, las sociedades actuales tienen reducida la democracia a una mera ilusión, o a una verdadera estafa como en el caso chileno. Si llegase el caso en que la ciudadanía y los trabajadores rompieran la ilusión y realmente tomaran conciencia de su poder constituyente, el capital acostumbra a tomar dos fuertes medidas: por un lado decreta la guerra político-económica apoyado en las llamadas “clases medias” y, por la otra, destruye la economía mediante la especulación, la inflación y el retiro de significativas porciones de capital a zonas más seguras, amén del repertorio histórico del imperialismo y el colonialismo. Al respecto nuestra más cercana experiencia es el caso de la Unidad Popular. Por esta razón, el capital prefiere las democracias formales, ilusorias, los regímenes autoritarios y dictaduras, y en general sistemas políticos fundados en la ignorancia, el miedo y el consumismo. Es incompatible la verdadera democracia donde dominen los trabajadores con el régimen del capital, pues este siempre apuesta por la dictadura burguesa lo más perfectible posible.

Pero, por otro lado, subyacen en los planteamientos arriba analizados, nociones e ideas similares a las que tenían en su cabeza los apóstoles de la capitulación teórica que analizábamos al principio. Sin embargo a la luz del desarrollo de las contradicciones del capitalismo aparecen algunas preguntas que no dejan de mostrar las limitaciones o “autolimitaciones” políticas presentes en el Tercer Manifiesto de Historiadores. El primer problema aparece con la supuesta extinción de la lucha de clases (en el caso de los apóstoles de la capitulación teórica y política analizados al principio) o, la aparente declinación, opacamiento e invisibilización de las bases objetivas de la lucha de clases (en el caso del Tercer Manifiesto de Historiadores). Al respecto ¿cómo interpretar bajo tales primicias el aumento global de la masa de asalariados en relación a la disminución de la masa de dueños del gran capital?, ¿cómo explicar el hecho que, pese al aumento del total de asalariados, la masa de salarios disminuye frente a la masa de ganancias de un grupo cada vez más pequeño?.

A nuestro juicio, no cabe la menor duda que los estudios realizados por Marx y Engels sobre las leyes históricas de la economía política capitalista no solo se han confirmado con espectacular dramatismo, sino que pese al empeño de dar por muerta o transmutada a la lucha de clases, esta se ha intensificado de manera feroz. Es decir, la lucha de clases, ni ha desaparecido, ni se ha suavizado, ni se ha “invi-civilizado”, por el contrario, se ha tornado más clara, más patente y más potente. De lo contrario, ¿qué sentido tiene incrementar a niveles sin precedente el dominio, represión y hegemonía sobre los explotados del mundo?. ¿Qué sentido tendría para la burguesía sofisticar a niveles impensados sus técnicas y estrategias de dominación, si no es con el propósito de “engañar” y “distraer” ideológicamente a los explotados frente a una lucha cada vez más intensa, nítida y feroz?. ¿Qué sentido tendría para el sector de la burguesía triunfante extenuarse en la perpetuación de la derrota política sufrida por los explotados del mundo a partir del año 1973?. En este marco, sostenemos que el capital ha corrido todas las fronteras que se le han opuesto a su expansión. Pero el hecho que la fracción de capital hegemónico se haya agigantado no significa que haya “superado” o “invisibilizado” a la lucha de clases, muy por el contrario, este se ha agigantado porque la lucha de clases se ha tornado un pandemonio cada vez más feroz e implacable. ¿O acaso olvidamos que el capital nace y se expande a partir de la explotación del trabajo?.

En este mismo sentido, la verdadera euforia, deificación y casi mistificación con la que nuestros teóricos han analizado el fulminante desarrollo tecnológico de las últimas décadas, les ha hecho creer que por fin las molestas leyes de la lucha de clases han sido superadas, toda vez que la producción capitalista estaría funcionando cada vez más sobre la base de elementos y factores ajenos al trabajo humano. En este delirante discurso se llega ha hablar incluso de las “fábricas del futuro” en las que la producción llega ha estar tan automatizada por robots y computadoras que el trabajo humano es desterrado. Sin embargo, cabe destacar que pronto estos delirios fueron decayendo pues la completa automatización nunca ha podio ser lograda, es más incluso la robotización ha tocado techo en su aplicación a la industria mostrando decepcionantes resultados, pues ni las computadoras ni los robots han sido capaces de resolver racionalmente procesos productivos que sólo la mente y trabajo humano logran resolver. Es más, en muchas plantas industriales, la robotización y cibernización absolutas ha tenido que acomodarse para permitir el trabajo humano. Es decir no existe ninguna actividad social productiva en que el ser humano esté ausente . Es muy importante esta discusión, pues se ha tendido a explicar el acelerado desarrollo tecnológico en función de tautologías o verdaderas vueltas en círculos tales como “la cultura”, “el clima”, “los servicios”, “el capital financiero”, “la búsqueda de comodidad”, “el espíritu egoísta del ser humano”, entre otras ideas extravagantes. Sobre la base de este “milagroso” desarrollo tecnológico se ha diseminado la idea de un capitalismo que ya no se funda en la producción, sino en el consumo, los servicios y la especulación financiera, prueba de ello, se afirma por ejemplo en el Tercer Manifiesto de Historiadores, los salarios habrían sido reemplazados por la línea de créditos y la lucha de clases habría sido opacada e invisibilizada por conflictos sociales interculturales y subjetivados. Nuevamente vemos cómo se confunde el “ingreso” con el valor, y la forma con el fondo. No obstante, un estudio de la economía en general y de “El Capital” en particular nos muestra que por más que nos empeñemos (como el renegado Kautsky) declarar muerta y enterrada a la ley del valor, en la historia ésta opera de forma inexorable.

Toda la avalancha de mercancías ofrecidas en el comercio, es expresión viva de cómo el capital se esfuerza en revolucionar la producción de medios de producción de todos los sectores, ramas y áreas de la economía con el fin de bajar el valor de la fuerza de trabajo para, de este modo, incrementar la plusvalía en todas sus formas: absoluta, relativa y extraordinaria. Peor aún, el incremento mismo de tecnología en las unidades productivas, ratifica aquella plusvalía extraordinaria que se apropian las facciones hegemónicas del capital, transfiriendo valor a sus productos mediante la explotación de científicos y técnicos de alto nivel, engrosado por un creciente ejército de cerebros fugados desde las zonas subdesarrolladas a los centros del capital. Claro está que un equipo de ingenieros puede ser muy bien pagado, pero la cantidad de valor atrapado en un nuevo “adelanto tecnológico” y que luego es trasladado a la producción es simplemente idílico. No en vano, la generalidad de los estudios sobre el desarrollo plantean que las industrias que un país debe afianzar para su desarrollo son las referidas a la alta tecnología. Es precisamente el desarrollo tecnológico, lo que lleva a la precarización de la fuerza de trabajo y a la lucha entre distintas fracciones del capital. Es más, la súper explotación ejecutada de este modo, puede darse el lujo de admitir como componente relevante el hecho de disminuir la masa de salarios a la vez que expande el consumo. Y lo hace mediante la expansión de nuevos y múltiples sistemas de crédito, cuestión que no solo permite disciplinar y mejorar el dominio sobre los explotados, sino que además posibilita incrementar tanto la súper explotación al trabajo como la ganancia arrebatada a otros sectores burgueses. De este modo se logra como objetivo central el control sobre los explotados, pero también se obtiene como propósito complementario la sumisión de bastos sectores de la burguesía y pequeño burguesía (por ejemplo las PYMES) a la hegemonía de los dueños de la tecnología, que al mismo tiempo son los dueños de las rentas diferencial y ricardiana extraída a los recursos naturales, y que actúan simultáneamente como los mismos propietarios del comercio y del sistema financiero internacional. No es posible explicar ninguno de los hechos anteriores si no es mediante la teoría del valor.

Por otro lado, si bien es cierto es absolutamente evidente la explosión de conflictos sociales con un marcado carácter subjetivo, esto no significa que este tipo de conflictos este reemplazando o desplazando a la lucha de clases. Mejor dicho, las explosiones de conflictos subjetivados se inscriben en la expansión de la lucha de clases, porque esta crece proporcionalmente a la expansión del capital, cuya base material fundamental es la contradicción con el factor trabajo complementado también con las tensiones de los recursos naturales. Si el capital prospera y se engrandece derribando y ampliando fronteras, la lucha de clases avanza y avanza ocupando, colonizando y creando nuevos y distintos campos de batalla, donde por cierto, la dimensión subjetiva es una de las órbitas en que opera. En este sentido, conviene precisar que un mayor incremento en la lucha de clases no es directamente proporcional a una mayor claridad o empuje político de los explotados. En tanto lucha, el capital ha logrado en los últimos 35 años ganar batallas importantes sometiendo y dominando a los explotados. Pero esto no quiere decir que el movimiento histórico ya no provenga del campo de la lucha de clases, o que el cambio histórico no vaya a ser protagonizado por los explotados, o que estos en su rol hayan sido reemplazado por la “ciudadanía”, “los rebeldes de siempre”, “los demócratas de verdad” o las “organizaciones sociales” sin dirección política o autónomas respecto de lo político. Creemos que este tipo de tesis no solo son especulaciones provenientes del aula académica sin ningún tipo de respaldo político práctico, sino que además exagera al elevar y proyectar ciertas tendencias propias del momento histórico al nivel de caracterización y ley del movimiento histórico general del capitalismo.

Es más, las consecuencias políticas de este tipo no se sostienen bajo el rigor de la Historia. A la luz de todos los períodos universales de carácter prerrevolucionario, tal como la Unidad Popular en Chile, la lucha de clases no fue definida (ni tampoco lo será) por la existencia de más o menos “demócratas de verdad”, la escasez o abundancia de corazones rebeldes, o la ilusoria existencia de aquellos neutros e indefinidos “ciudadanos” y sus “organizaciones autónomas de lo político”. No. Por lo menos en el Chile de los últimos 40 años, de cada clase emanaron diversos proyectos políticos. Finalmente el proyecto que se impuso, no lo hizo por una cuestión de “innovación histórica”, ni por un ingenioso y entretenido “contra-ardid” que rompiera con los clásicos medios y métodos de la lucha política. El proyecto político triunfante lo hizo porque siguió las leyes de la lucha de clases. Lograron acumular fuerza y poder. Implementaron su proyecto con una brutal y “antidemocrática” dictadura de clases (que nos pesa hasta hoy). Consiguieron hegemonizar ideológicamente a la sociedad. Conquistaron una gran mayoría social en torno a ideas muy simples y directas que se enquistaron hasta hoy en el sentido común de la sociedad en general y de nuestra clase en particular. Aquilataron una buena línea de retaguardia que les auxiliaría en momentos de desgaste. En definitiva, lograron lo que en el Manifiesto Comunista ya se exponía como criterio de una lucha de clases exitosa: la institucionalización de la violencia como definición última del proceso de cambio histórico. Claro que nosotros como explotados queríamos transformar y revolucionar la sociedad, pero en la lucha de clases nos presentamos divididos, sin una dirección política hegemónica, que además hizo gala de grandes dotes de indecisión para enfrentar la reacción violenta y brutal de las clases dominantes. No fuimos capaces de construir mayoría en torno a ideas simples y directas. Además de esta falta de homogeneidad ideológica, tampoco tuvimos consenso respecto al papel de la violencia y el sentido general del proceso. Hoy a 35 años de aquella derrota, seguimos entrampados en la discusión que nos llevo al desastre aplastante del 73. Nos distraemos con eufemismos que son presentados como las grandes innovaciones que reemplazaran a las formas “viejas y gastadas” de las revoluciones clásicas. Mientras esto ocurre, la clase triunfante sigue incrementando su dominio con las mismas y clásicas formas y leyes (“viejas y gastadas” para algunos) de la lucha de clases y que nosotros no queremos asumir.

Y sin embargo, en este contexto de ideas hegemónicas, actualmente el ciudadanismo adquiere gran preponderancia. De hecho el destacado Premio Nacional de Historia, Gabriel Salazar (una especie de gran portavoz, “gurú” o “rostro mediático” de las tesis ciudadanistas), sostiene que el carácter específico del ciudadanismo en Chile deriva también de la forma particular y específica en que se ha construido el Estado en Chile. De este modo, si el Estado se ha construido implementando una violencia vertical sobre los sujetos sociales, arrancándole sus poderes constituyentes y relegándolos a meros espectadores de una política elitista y señorial, la reacción histórica de quienes son marginados y violentados viene a ser el ciudadanismo. Estos sujetos, habidos de participación y control social sólo pueden realizarse políticamente en la medida en que se asumen como “poder constituyente” volcando su accionar en las asambleas ciudadanas de carácter deliberativo y resolutivo. Nuestro mismo Salazar nos señala que ante cualquier intento constituyente de los sujetos históricos marginados, las élites han respondido con singular violencia y fuerza, masacrando en más de 23 oportunidades (dentro de una historia republicana de 200 años) a quienes osan asumir el control de sus propios asuntos.

3.- PREGUNTAS Y RESPUESTAS AL CIUDADANISMO

Es en este lugar donde la teoría del ciudadanismo, un producto esencialmente ideológico y teórico, viene a generar problemas históricos y políticos fundamentales. No olvidemos que al movimiento ciudadanista se le atribuye usar viejas formas del antiguo movimiento popular como la protesta callejera, el petitorio, el desafío público a la autoridad, gritar, protestar en las calles, exigir, etc. Pero se distinguen estos movimientos ciudadanos del antiguo movimiento popular en que los ciudadanos fuerzan a la elite mediante las tomas de lo público y de las calles para luego pasar a una segunda etapa que es el momento “la asamblea” constituida de forma permanente como resolutora del conflicto. Los ciudadanos se auto-organizan como asamblea autónoma, la asamblea se vuelca a sí misma, se reúne y constituye para la toma de decisiones y no pide sino que impone. Su reflexión profunda tiene que ver con su propia realidad local, la búsqueda de respuestas propias, donde todo tiende al fortalecimiento de una actitud ciudadana más soberana, menos peticionistas, menos de masas y esto es así porque la soberanía está más allá de la ley toda vez que el ciudadano constituyente legisla y construye Estado.

Pues bien, la teoría ciudadanista hasta donde hemos analizado no es capaz de dar cuenta de la realidad a partir de la LUCHA DE CLASES. Esto es importante ya que si afirmamos la “especificidad histórica” en la construcción del Estado en Chile como violencia vertical y exclusión de todos los sujetos sociales e históricos dominados la pregunta es ¿en qué época o parte del mundo se ha construido el Estado a partir del consenso de todas las clases sociales?, ¿es posible construir un Estado sin violencia?, el ejercicio de la violencia en la construcción de Estado con la consiguiente hegemonización y dominio sobre la clases sociales subalternas, ¿es específico de la construcción política republicana chilena?, ¿de qué manera el ciudadano y su asamblea constituyente logra IMPONER su voluntad sobre las clases dominantes?, ¿es posible sostener la tolerancia y hasta el sometimiento pacífico y de buen grado de las clases propietarias del capital y del imperialismo a los intereses y resoluciones de los explotados en una eventual Asamblea Constituyente?. Este problema cobra particular relieve al considerar la misma observación que hace Salazar en torno a la relación atávica entre elite, política y violencia. En 200 años de historia republicana se han perpetrado 23 masacres en contra de las clases sociales explotadas y subalternas. En este marco, ¿qué hace sospechar o suponer que ante la emergencia contemporánea de los movimientos ciudadanistas, los dueños del país y sus clases sociales auxiliares, no emplearan su repertorio ya conocido a saber, la violencia?, en definitiva ¿es posible que, en medio de la lucha de clases hegemonizada por la burguesía en el sistema capitalista y con las características imperiales actuales, donde tienen plena vigencia la ley del valor y las leyes de la guerra de clases, los explotados logren zafarse de sus dominadores con una lógica y proyecto político ajeno a la lucha de clases?, ¿de qué manera los ciudadanos garantizan que las decisiones tomadas en una asamblea constituyente sean respetada por los dueños del poder y de la riqueza con todo su aparataje político, militar e ideológico?. Es más, si definimos al movimiento ciudadanista como aquel soberano que manda, no pide sino que impone, ¿con qué y cómo manda e impone cuando se trata de derribar el Estado Oligárquico para construir un nuevo Estado?. Ahora si consideramos la ya típica reacción de las clases propietarias, organizadas y dispuestas a masacrar a todo sujeto histórico que ose desafiarle, ¿tiene perspectivas reales de triunfo un movimiento que, como baño de pureza, se declara “ciudadano”, distinto al movimiento popular clásico, superador de las “formas tradicionales” de hacer políticas propias de la lucha de clases?, ¿o el ciudadanismo no se plantea la conquista y ejercicio del poder político?, ¿o es que la estrategia del ciudadanismo es alentar procesos y estrategias políticas fallidas, sin vocación de poder y sin la más mínima posibilidad real de triunfar, inspirados en poner “la otra mejilla” cuantas veces sea necesario hasta que la burguesía “se harte de masacrarnos?, quién pondrá la sangre en esas masacres venideras, ¿la pequeño burguesía, los intelectuales, los ejércitos de sociólogos, abogados e historiadores y sus ONGs que, en conjunto, proclaman la nueva revelación divina fundada en esta nueva “Tabla de Moisés” recibida en el Monte Sinaí, “Los 10 Mandamientos del Ciudadano y su Poder Constituyente”?. Con qué nos defendemos de la violencia de clases, ¿con libros, con “asambleas ciudadanas”, con becas y postgrados obtenidos en universidades de renombre internacional, con “declaraciones”, con “proyectos y fondos concursables”, con esas “tintas milagrosas” que usan los académicos y la pequeño burguesía en la impresión de sus manifiestos, estudios y folletos?. ¿Por qué no nos cansamos de una vez por todas de aquellos mitos ciudadanistas que llaman a ejercer ingenuamente nuestro poder constituyente dentro de la legalidad burguesa llevándonos de nuevo como ovejas al matadero?, ¿por qué no proponer organizarnos decididamente como clase explotada para derrotar política y militarmente a nuestro enemigo de clases?, ¿por qué no ejercer la violencia de clases a favor nuestro para derrotar y someter a los verdugos, explotadores y opresores?, ¿por qué no afirmar clara y categóricamente que la tan sola creación de una asamblea constituyente que mande y no pida, que imponga y no deponga, es en sí misma el más frontal acto de guerra y violencia que es posible acometer dentro de una sociedad de clases?, ¿por qué no es posible que concibamos el poder constituyente de nuestra clase social explotada para ejercerlo y defenderlo como parte de la guerra de clases?.

Es esta inquietud política e intelectual la me lleva a buscar antecedentes que permitan dar algunas luces sobre las problemáticas anteriores. Me encontré con este análisis que aquí transcribo como carta. Se trata del cuestionamiento hecho por un protagonista de la construcción del Poder Popular en Chile, sobreviviente de la masacre post 1973 y un sempiterno combatiente de la causa que abrazara en su juventud: la Construcción del Poder Popular y la liberación de nuestra clase social explotada. Si nos permiten los panegiristas del “ciudadanismo” y del rescate del “sujeto histórico de carne y hueso”, se trata de Guillermo Rodríguez Morales, ex militante del MIR. Es importante que destaque su anterior militancia toda vez que el varias veces citados por nosotros, Gabriel Salazar, también fue militante del MIR. Sin embargo hay que anotar una diferencia no menor. En Inglaterra, y en ocasión de la campaña desarrollada por el MIR para retornar a la lucha, Salazar fue expulsado del MIR por no querer retornar a luchar clandestinamente al lugar”donde las papas quemaban”, Chile. Nuestro historiador prefirió una vida académica sin mayores sobresaltos. Nada cuestionable y por cierto, del todo legítimo. En contraste, Guillermo Rodríguez volvió al país y, junto a otros pocos militantes, organiza e implementa una avezada estrategia como primer gran contra golpe a la tiranía, Las Milicias de Resistencia Populares del MIR. El detalle es importante porque como bien sabemos no existen ni los libros, ni las ideas, ni las personas ajenas a un contexto. Máxime si recordamos la enseñanza de Gramsci en torno a los intelectuales. El intelectual es un educador de masas, un dirigente, un organizador. En este sentido, quizás haya sido esta experiencia la que mueve a estas personas a posicionarse en una u otra lógica de interpretación de la historia y de las aspiraciones, prácticas y proyectos que se llevan a cabo en esa misma historia. Por consiguiente las tesis que plantea nuestro Alma Mater de la Nueva Historia en Chile y principal “rostro” del ciudadanismo, Gabriel Salazar, no son “inocentes”, ni “ingenuas”, ni menos aún ascéticas. Tampoco lo son las ideas que a continuación transcribo:

“Santiago, julio de 2011

Estimado Marcelo: ante el estado de cosas actual no son pocas las personas que, movilizadas activamente y participando de las luchas contra el sistema dominante y por el fin del lucro en la educación, desde diversos ámbitos, han comenzado a levantar la consigna de luchar por un plebiscito y por cambios en la Constitución. Lo que me recuerda el viejo dicho que mi abuela Ofelia, campesina de Huechun Alto solía decir cuando algo no la convencía del todo: ”¿Yo? ¡No comulgo con ruedas de carreta!”.

No es nada nuevo que en medio de los escenarios políticos de crisis, de agudización de la lucha de clases, de confrontación, como los que hemos estado viviendo en el país los últimos meses, surjan los espejismos, las propuestas bien intencionadas que terminan por confundir, desviar o paralizar las fuerzas populares, tras objetivos que a la larga terminan por ser elementos determinantes en las derrotas, retrocesos o dispersión de las fuerzas populares.

Recordemos solo algunos episodios de la historia de Chile; como aquella consigna de “¡A elevar la producción!” a fines de 1972, en pleno periodo de una aguda confrontación de clases, cuando las ofensivas de la burguesía arreciaban en contra del pueblo y los trabajadores, y cuando se trataba precisamente de articular poder popular, acumular fuerzas, desatar una contraofensiva popular para enfrentar a la burguesía. Por supuesto que había una justificación para el llamado a elevar la producción y poner tal consigna como central: demostrar a las clases medias y a todo el país que los trabajadores tenían disciplina laboral y que podían “producir” lo que el país necesitaba a pesar del boicot y los paros patronales.

Como no recordar aquella otra consigna, establecida en el Conclave de Lo Curro que llamaba a “Consolidar para avanzar” señalando que las tareas del momento no eran la revolución socialista sino una revolución democrático-nacional con participación de una supuesta burguesía progresista, a la que no se debía asustar (¿) y por tanto había que buscar ampliar la base de apoyo social, argumento que dio paso en el ultimo periodo de la Unidad Popular al llamado dialogo UP/Iglesia, luego al dialogo UP/DC, luego al Gabinete UP/Generales y en último termino alimento las esperanzas del propio Salvador Allende que existía una posible solución a la crisis nacional convocando a…. un plebiscito para el 14 de septiembre del 73, que por supuesto nunca se realizó porque todas las maniobras anteriores eran parte de la estrategia del golpismo de “amarrar” mientras avanzaban en su estrategia principal: el golpe de Estado para destruir al movimiento popular en todo sentido e instalar la profunda contra revolución que vivimos hasta el día de hoy.

Como no recordar los argumentos que en medio de la lucha contra la dictadura se plantearon, ojo, no solo desde el reformismo, sino desde el propio campo de los revolucionarios: que no era posible un triunfo popular, que el movimiento ya no tenia fuerza (¿No les parece conocido ese argumento?), que el desgaste, que los muchos muertos, que las capas medias, que en fin, era necesario buscar una salida “democrática”, de consenso, de las amplias mayorías….que era preferible en ultimo caso “recuperar espacios democráticos en que el movimiento popular iba a crecer, desarrollarse y avanzar”….con lo que finalmente amplios sectores de masa se volcaron a apoyar la salida negociada con la dictadura e instalar la pseudo democracia que hemos vivido durante los últimos veinte años. Y esta salida “por el mal menor”, por lo “posible y realista” significo nada mas y nada menos que la mayor desarticulación del movimiento popular, la fragmentación, la atomización, el desencanto y el retroceso que permitió a las clase dominantes avanzar sin contrapeso alguno, incluso con el “consenso” y complicidad de quienes desde el campo popular se convertirían a poco andar en parte importante del sistema de dominación. Obviamente me refiero a toda la pléyade de ex revolucionarios de la concertación, camino a no poco andar asumieron también los que centraron su lucha contra “su exclusión” y que hoy son parte del circo politiquero que ponen los poderosos para entretener y desviar las luchas populares.

¿Cambiar la Constitución? ¿Cambiar las leyes fundamentales que determinan el carácter del Estado, de su economía, de su organización?

Por supuesto que el movimiento popular debe aspirar a eso. Pero para ello hay que tener PODER. Para ello hay que derrotar a las clases dominantes y eso no se logra con plebiscitos ni con votaciones.

Huele mas claramente, a intentar sacar a las masas del escenario de confrontación que se ha ido construyendo desde el propio campo popular, luchando por sus reivindicaciones, para meterlo nuevamente en los espacios y canaletas donde la burguesía y el gran capital corren con ventajas, donde tienen los millones para invertir en propaganda, el control absoluto de la prensa, de los medios de comunicación. Escenario ideal donde ellos acumulan fuerza y suman a todos los despolitizados, a los sectores más atrasados del campo popular, en el escenario donde vuelve a predominar el clientelismo político, la compra de votos, el acarreo. ¿Para qué buscar ese escenario que puede terminar peligrosamente en nuevas derrotas, letras chicas, leyes y compromisos de amarre, escenario predilecto precisamente de los dirigentes sociales y sindicales burócratas, vendidos, que hoy son los adversarios a remover?.

Y supongamos que esto fuese posible, igual que lo fue el Gobierno de la Unidad Popular, ¿Quién puede asegurar que los dueños del poder y las riquezas respeten los resultados de una consulta? ¿Las FFAA golpistas ayer, anteayer y hoy? ¿El Poder Judicial y todos los poderes del Estado constituidos y controlados por ellos mismos?

Basta de ingenuidad. Hemos comulgado demasiadas veces con las mismas ruedas de carreta. Hoy mismo se ha operado un cambio de gabinete donde de fondo nada cambia, salvo que la UDI y Longueira llegan finalmente a obtener mayor espacio en el Gobierno para sus políticas reaccionarias y cavernícolas.

Lo hemos dicho en otras oportunidades: No más espejismo. El movimiento de masas que recién se comienza a levantar es demasiado frágil para hipotecarlo en aventuras que terminaran reforzando el sistema de dominación. Para los revolucionarios es claro que el actual momento de agitación y efervescencia social permite acumular fuerzas, ganar en organización popular, en conciencia, en preparar luchas locales y extenderlas. No existen atajos en la lucha de clases: se trata de acumular fuerzas preparándolas para una lucha de largo aliento que sabemos debe llegar a todos los rincones de la sociedad, a todos los pueblos, ciudades, fabricas, paking, escuelas, poblaciones, universidades, fundos, puertos, minas, talleres, liceos, que debe involucrar a vastos sectores que aun no se movilizan porque aun están presos de la propaganda y futuro que les dibujan los poderosos. No nos confundamos. Lo obrado hasta hoy es magnifico, un tremendo salto respecto a otros años. Pero pensar que estamos frente a una crisis revolucionaria o que se está abriendo un periodo pre-revolucionario es simplemente voluntarismo, tan dañino como el espejismo de creer que existe ya el poder suficiente para cambiar la constitución ahora.

Y que lo digan los pobladores de Dichato, quienes terremoteados y hacinados en mediaguas, salieron ayer a denunciar las mentiras de la supuesta reconstrucción recibiendo palos, el guanaco y bombas lacrimógenas en sus propios hogares. Y no estaban encapuchados, ni había terroristas, ni violentistas, y ningún alcalde, intendente, dice haber llamado a las “fuerzas del orden”. Simplemente llegaron para poner “su orden”, su “institucionalidad, su “mesa de diálogos”, sus soluciones. Preguntémonos simplemente que vamos a hacer cuando las masas derechistas salgan a la calle empujadas por la burguesía, o las “nunca vencidas” FFAA . Dicho de otro modo: el pueblo chileno ya jugó el partido de la “democracia”, de las “elecciones” y lo ganó para perder en la lucha real y concreta por el poder, lucha que se dirime en los escenarios de las fuerzas concretas. No podemos repetir la historia. Por cierto hay que seguir luchando, movilizándose, peleando por las reivindicaciones locales, regionales, nacionales, pero sin perder la vista del proceso global de la lucha de clases, sin dejar de tener claro que se trata de la lucha por el poder, y que la única forma que tenemos los de abajo es crear y desarrollar el incipiente poder popular que hoy día comienza a dibujarse.”

En la misma dirección podemos recoger al menos dos posiciones de organizaciones sociales de base cuyas lecturas y propuestas son diametralmente opuestas a la línea de ciudadanización que criticamos:

Por un lado hacemos nuestra la declaración del CORDÓN DE UNIDAD SINDICAL Y SOCIAL V REGIÓN “….un espacio de encuentro de diversas organizaciones de los trabajadores y del pueblo de la quinta región, nacemos como un esfuerzo unitario buscando confluir en la lucha concreta por las reivindicaciones y demandas que desde distintos espacios locales se levantan, buscamos unirnos en procesos de construcción común ya que creemos que la unidad no es un objetivo que se tenga que dejar para más adelante, sino que se siembra en el hoy para cosechar las victorias del mañana, así es como desde distintas iniciativas principalmente de los sindicatos clasistas de nuestra región nos hemos venido juntando en varios encuentros regionales, saliendo hoy a la luz para hacernos presente en las movilizaciones del pueblo.

¿Por qué un Cordón de Unidad? La unidad de la clase trabajadora es la única herramienta que puede darle a la lucha del pueblo un nuevo impulso hacia un estadio superior, solo de esta manera, poniendo a los trabajadores y el pueblo como centro y eje de los procesos de lucha que se libran acumularemos la fuerza suficiente para conquistar nuestros derechos negados por el modelo de privilegios para unos pocos que hoy nos aplasta. Somos un cordón, porque es una herramienta útil (ya lo ha demostrado la historia) para unir las distintas experiencias en un arco de alianzas mayor sin restar fuerzas a instancias ya constituidas tanto formales como informales, de lo que se trata es de sumar fuerza y no restar haciendo de la critica a las dirigencias el único foco de acción del movimiento La Solidaridad es nuestra mejor arma. Desde el accidente en la mina San José y con el manifiesto de Copiapó de agosto del 2010, es que levantamos la consigna de la solidaridad de clase como el pilar de nuestro Cordón, a pesar de la pirotecnia gobiernista y el oportunismo demostrado por autoridades y hasta los mismos afectados. Creemos que la única manera de avanzar a mayores grados de conciencia real sobre el origen de nuestros problemas como clase es comprendiendo que nuestros problemas no son exclusivo de nosotros si no que afectan a otros tanto en el sindicato en la faena, la organización popular en nuestras poblaciones, y la organización estudiantil en nuestras universidades y liceos, solo así luchando por nuestros derechos todos juntos podemos decir nunca más solos. Por la Unidad de Nuestra Clase y el Pueblo…”

Y por otro ratificamos plenamente la coherencia histórica y auténtico sentido clasista de la ASAMBLEA AUTONOMA METROPOLITANA DE ESTUDIANTES SECUNDARIOS al sostener que “Nosotros como liceos autónomos asumimos una estrategia de construcción de fuerzas políticas y sociales para luchar por el poder. Nosotros entendemos que estamos recién reinaugurando un proceso de ascenso de la lucha de masas, que los estudiantes estamos dispersos y atomizados sin lograr aun grados importantes de unidad y de coordinación. Nosotros entendemos que no es el momento de luchar ni por el poder ni por las transformaciones de la sociedad mediante mecanismos que llevaran a la fuerza acumulada a las canaletas que le impone el sistema.

Nosotros entendemos que hoy es la hora de seguir luchando, de PRESERVAR LAS FUERZAS ACUMULADAS y proyectar la continuidad de la lucha para el próximo año sobre la base de:
- Avanzar en construir grados de unidad y coordinación de la franja de los estudiantes en los espacios estudiantiles de secundarios y universitarios
- Mejorar la inserción local, construyendo fuerza militante y el espacio de convergencia de los estudiantes.
- Avanzar en formas de organización y lucha de mayor radicalidad a nivel de masas
- Avanzar hacia los territorios buscando el desarrollo de Poder Popular mediante coordinadoras sociales de organizaciones con ropa social (no a las mesas políticas que suplantan a los sujetos sociales concretos)
- En relación al cierre del semestre o mantención de las tomas: asumir a escala local el análisis del respaldo real existente para mantener este nivel de acción o en su defecto avanzar en el desarrollo de otras formas de luchas que no impliquen la perdida de la fuerza acumulada.”

Pareciera que una vez más, estudiantes y trabajadores en lucha, muestran los caminos a recorrer.

4.- LA PROBLEMÁTICA DEL ESTADO Y LA CONSTRUCCION DE HEGEMONÍA. RESCATANDO A GRAMSCI DE LAS FAUSES DEL REFORMISMO

El 11 de julio de 1919 Lenin advertía a sus oyentes en la Universidad de Sverdlov que “el problema del Estado es uno de los más complicados y difíciles, tal vez aquel en el que más confusión sembraron los eruditos, escritores y filósofos burgueses” . La afirmación de Lenin no era gratuita, particularmente si se considera las profundas implicancias políticas del llamado ciudadanismo, o si se prefiere en forma aún más específica, con el llamado “Poder Popular Constituyente”.

Previo a la discusión sobre el Estado me interesa precisar algunas cuestiones de orden teórico relevante. Dos son las teorías dominantes en la sociología que interpretan el papel del Estado en la sociedad: el funcionalismo y el marxismo. Para el marxismo, el Estado pertenece a la superestructura, la cuál está determinada por la economía. Es decir, el Estado sería aquel conjunto de instituciones, leyes, institutos armados y burocracia que está determinado por las relaciones de producción. En contraste, para el funcionalismo, la sociedad se ordena en varios subsistemas interdependientes unos de otros por medio de la función que cumplen en la sociedad, sin que ningún subsistema (y por tanto ninguna función) sea determinante. Para el funcionalismo, el Estado pertenece al subsistema político cuya función es la conservación del equilibrio social. En consecuencia, mientras para el marxismo la economía (relaciones de producción) determina al Estado, para el funcionalismo no hay un determinante del Estado. No obstante el funcionalismo reconoce que el subsistema cultural es preponderante en la sociedad, porque aporta la fuerza cohesiva a toda la sociedad por medio de los valores y el control social del grupo sobre el individuo. Por otro lado, mientras el marxismo apuesta a la ruptura del orden, el funcionalismo apuesta a la conservación del orden y del equilibrio social. En este último sentido, el marxismo le atribuye un gran papel al desarrollo de las contradicciones en la realización de los cambios sociales. Por el contrario, el funcionalismo se preocupa de eliminar los factores de desequilibrio y contradicción social a fin de poder conservar a las bases de la sociedad. La principal consecuencia de lo anterior es que el marxismo aspira a un gran cambio social, es decir al cambio de unas formas de gobierno y de producción por otras que signifiquen la plena libertad para los trabajadores y la humanidad en su conjunto. Por el contrario, el funcionalismo apuesta a la realización de pequeños cambios que vayan corrigiendo en forma gradual los desequilibrios en el entendido de que los cambios se producen por pequeños ajustes dentro del sistema mismo a fin de conservarlo. En consecuencia, mientras el marxismo se plantea los cambios desde una perspectiva conflictualista de agudización de las contradicciones y de los antagonismos, el funcionalismo se plantea los cambios desde una perspectiva integracionista de la sociedad, apostando siempre a su cohesión. De esta manera, mientras para el marxismo el Estado es un instrumento de dominación de clase, para el funcionalismo es un subsistema regulador de los conflictos sociales. Empero, últimamente ha aparecido una nueva concepción de Estado. Esta es la teoría de sistema derivado. En rigor, lo que plantea esta concepción teórica es que la relación entre el conjunto de las instituciones políticas y el sistema social es una relación de demanda y respuesta. De este modo, la función del sistema político es dar respuesta a las demandas que provienen del ambiente social. Es decir, el Estado debe convertir las demandas en respuestas. Las respuestas políticas se dan bajo la forma de decisiones colectivas obligatorias para toda la sociedad lo que a su vez va cambiando y transformando el ambiente social. En este sentido, esta teoría apuesta a un cambio continuo de carácter gradual o brusco de acuerdo a la capacidad para responder a las demandas. El cambio puede ser brusco cuando el Estado se vea sobrepasado y sobrecargado de demandas frente a lo cual se puede interrumpir el flujo de retroalimentación. Esto conlleva a que, las instituciones políticas, al no poder dar respuesta a las demandas, deben sufrir un proceso de transformación que puede conllevar a un cambio completo .

La pertinencia de la precisión anterior dice relación con el hecho de que las teorías ciudadanistas consciente e inconscientemente recogen en toda su magnificencia las idea de que el Estado es un espacio político dotado de cierta autonomía relativa o que el Estado debe ser valorado más allá de su carácter de clases a saber, en la dimensión orgánica y material de su funcionalidad . Peor aún, fundamentan estas inspiraciones autonomistas y ascéticas del Estado en el gran comunista italiano Antonio Gramsci actualmente una especie de rehén revolucionario en las mazmorras de las teorías reformistas sobre la política y el Estado.

¿Qué nos dicen nuestros teóricos del reformismo sobre el Estado? Una primera cuestión que es enrostrada es que tal como Marx nunca termino su estudio sobre “El Capital” tampoco elaboro o termino teoría alguna sobre el Estado. Este hecho dota de libertad de análisis y un espacio vacío que se llena afirmando que si bien es cierto el Estado tiene una naturaleza de clases, en su configuración interna, en sus niveles decisorios, en sus núcleos claves, en los centros de poder estratégicos y en sus funciones el Estado es un terreno en disputa entre las distintas clases sociales. Y esto sería así porque el Estado tiene un conjunto de recursos y bases materiales e ideológicas que le son propias y que no dependen de dominación política clasista alguna. Por consiguiente el Estado ve como su origen de clases va quedando atrás para, a medida que se fortalece su aparato burocrático, ir adquiriendo cada vez con mayor fuerza un carácter mediador en el conflicto social. En consecuencia el poder del Estado es una cosa muy distinta al poder de clases. Dicho esto, se debe combatir la reducción del Estado a un simple instrumento de dominación de clases. Con esto, la tarea fundamental a acometer seria concentrarse en el modo de organización interna del Estado toda vez que, si se llega a controlar algunos centros o núcleos de poder, es posible que el Estado beneficie directamente las aspiraciones económicas de intereses de clases diversos. En este sentido el Estado es un territorio político en disputa y mantiene una autonomía relativa respecto de las clases sociales. Y esto sería así porque en el seno del aparato del Estado solamente algunas áreas o núcleos específicos detentan el poder efectivo o la capacidad de control, iniciativa y decisión real. Estos núcleos pueden ser ocupados, controlados o influidos directamente por diferentes clases sociales. De este modo “el poder relativo” de cada clases social se puede medir por la distancia o lejanía en relación al centro decisorio estatal más importante. Esto no puede ser de otro modo si se considera al Estado un acervo de distintos niveles inferiores y superiores cuya complejidad depende del novel de subordinación a determinado núcleo de control y poder efectivo. En conclusión, “el carácter del Estado” es distinto al “aparato del Estado” y la forma en que se organiza y realiza sus funciones también es diferente al control de tal o cual clases social. Estado y clases son dos polos distintos y autónomos de una misma relación histórica.

A estas ideas se la reviste de un grado mayor de complejidad al asociarle como contenido algunas ideas supuestamente planteadas por Antonio Gramsci . De este modo, se afirma que el célebre comunista italiano habría entendido al Estado en un sentido orgánico y más amplio que el de mero instrumento de clases, definiéndolo como el conjunto formado por la sociedad política (productora de la fuerza y coerción) y la sociedad civil (generadora del consenso y hegemonía –dominación político ideológica-). Este sería el "Estado integral", donde el Estado es apenas una muralla externa; detrás de ella hay una compleja y poderosa estructura de represas, pesas y contra pesas, y sofisticadas fortificaciones que resguardan la estructura de dominación. El Estado es tan solo una zanja exterior, detrás de la cual se levanta un poderoso sistema de fortificaciones. Por ello la estrategia política en lugar de ser el enfrentamiento directo, debe ser el avance político por medio de la construcción de una contra-hegemonía ideológica. La diferencia entre los sistemas políticos de cada región o país depende del grado de desarrollo del capitalismo. Por consiguiente en una sociedad de gran desarrollo el Estado es un mero cascaron, mientras que en una sociedad de desarrollo capitalista precario el Estado viene a representar un todo compacto con la estructura económica. Dicho esto, la lucha política se representa mejor como una guerra de posiciones al interior de ese gran terreno que es el Estado. En esa guerra de posiciones hay que ir venciendo y conquistando casamatas y trincheras de las áreas vitales del mismo Estado para, de este modo, hacerse del control estatal.

No obstante, afirmar que el Estado es un entrelazamiento de casamatas, y puntos de decisiones autónomas, significa afirmar que entre ellos no existe una lógica, una ideología, una ligazón que los vincule. ¿Cómo se amarran entre sí estos compartimentos?, ¿es posible que existan niveles estatales neutros que medien en la lucha de clases o que sirvan de "premio" para una u otra clase o fracción de clase en lucha?. ¿Que papel juega el Estado en la economía?. Los ciudadanistas tampoco se refieren a este problema. ¿Acaso el Estado actúa en forma independiente o neutra respecto al plano económico?

Llegado a este nivel del análisis podemos cuestionar también el criterio básico con que se plantean los ciudadanistas a saber, la separación entre función de Estado y organización estatal. Pero, ¿de donde nace la función del Estado?, ¿la organización no es resultado de la función?. Este método analítico propio del ciudadanismo hace que este nunca rebase los límites del mero formalismo cognoscitivo toda vez que cae en cierto fetichismo ideológico institucionalista al atribuirle vida propia a sectores del aparato del Estado, como si sus partes se comportaran como una clase social real. Es como imaginar a un ser vivo con brazos y piernas con vida y conciencia propia distinta a la existente en el resto de los miembros del mismo cuerpo. Esto demuestra que el ciudadanismo es puro formalismo

Por consiguiente el problema no es si operan o no las determinantes de la sociedad de clases en el Estado, sino cómo operan las leyes de la sociedad de clases en el proceso de construcción, organización y función del Estado. Negar esta problemática por medio de la relegación y exclusión del materialismo histórico sustituyéndolo por el estudio específico de casos particulares y locales tal como lo hace el ciudadanismo es caer en cierta vulgarización del historicismo. Esto porque aunque se diga que Marx no termino el capital, el capital nace de la explotación asalariada. Análogamente aunque se diga que Marx no acabo una teoría del Estado, este funda su naturaleza, lógica, funcionamiento y aparato en la lucha de clases y la sociedad de clases.

En este marco creemos necesario recordar lo que Marx apuntaba en “La Contribución A La Crítica De La Economía Política”: “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. En cierta fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o bien, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se han des-envuelto hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se transforma más o menos rápidamente toda la superestructura inmensa. Cuando se examinan tales transformaciones, es preciso siempre distinguir entre la transformación material -que se puede hacer constar con la exactitud propia de las ciencias naturales- de las condiciones de producción económicas y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en breve, las formas ideológicas bajo las cuales los hombres toman conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Del mismo modo que no se puede juzgar a un individuo por lo que piensa de sí mismo, tampoco se puede juzgar a semejante época de transformación por su conciencia; es preciso, al contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Una formación social no desaparece nunca antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen relaciones de producción nuevas y superiores antes de que hayan madurado, en el seno de la propia sociedad antigua, las condiciones materiales para su existencia.”

Creemos necesario recordar que la única forma en que se puede caracterizar la acción política y evaluarla, la única forma de conocer al Estado, es por sus resultados en sus acciones. ¿Cuáles han sido los resultados políticos e ideológicos del estado burgués en la historia?, ¿existen casos de estados burgueses en que en la practica hayan significado la liberación de los explotados y dominados?.

Si el Estado es la super estructura del capitalismo, este tiene una capa ideológica inyectada a cada momento y lugar en las venas de la sociedad por medio de los sistemas educativos, comunicacionales, publicitarios, etc, a todas las dimensiones del Estado: poderes, estructuras, organismos, medios, jerarquías, simplemente porque la base económica de la que dependen los individuos se descansa en la propiedad privada y la explotación al trabajo asalariado.

Se subraya y sobre enfatiza la fracción, la separación, pero ¿qué une a todas las fracciones de clase hegemónicas?, ¿como se organizan esos pensamientos e intereses?. Sólo es posible sustentar la hegemonía en algunos pilares ideológicos fundamentales, cierta homogeneidad ideológica compartida por todas las facciones de clase dominante y aceptada por las clases subalternas. Por ejemplo, ¿qué permite que los intereses de los bancos y los intereses materiales de las PYMES, pese a ser intereses económicos contradictorios, permanezcan acoplados y unidos en la historia?, La articulación e imbricación entre distintos intereses de clase dominante sólo puede provenir del respeto a la propiedad privada y a las leyes económicas del capitalismo. Esta es la base sobre la cual se pueden ensamblar distintos intereses económicos.

En el ciudadanismo todo lo referido a la guerra, la hegemonía, las clases, el partido, la propiedad privada y la esencia del capitalismo desaparecen como por arte de magia. Se olvida que en todos los análisis hechos sobre Gramsci los conceptos “hegemonía”, “Estado”, “partido”, “política” y “filosofía” se explican y adquieren contenido en el marco de la lucha de clases, o de la guerra civil de clases. En este sentido, Gramsci nunca olvido que la guerra es el sometimiento del enemigo venciendo su voluntad y capacidad de luchar o resistir. El propósito es que el enemigo haga suya las ideas, principios, teorías, filosofía, ideología del vencedor. Es a este proceso de sometimiento que Gramsci le asigna una importancia superlativa, conceptualizándolo como Hegemonía. Si no se entiende el esfuerzo de Gramsci en perspectiva de lucha de clases y de explicar el desarrollo de la guerra de clases en la sociedad, toda interpretación es errada, máxime que Gramsci no se cansa de señalar que en la sociedad capitalista son las relaciones sociales materiales de explotación y dominación las que explican un tipo determinado de hegemonía. En este sentido, su preocupación primaria será entender la prolongación del control burgués y la subordinación o sometimiento de los explotados sin obligar a los dominadores a desgastarse permanentemente empleando métodos y técnicas coercitivas materiales y físicas. Tampoco debe olvidarse el énfasis e importancia puesta en el origen social e histórico de los conceptos. Estos se explican en función de las relaciones sociales de producción. Su contenido en una sociedad capitalista es llenado con la sustancia provista por la fuente social e histórica que en el capitalismo no es otra más que la explotación asalariada de la burguesía sobre los asalariados. Este antecedente es vital porque Gramsci al explicar la dominación de clases incorpora como sostén a la Hegemonía, aquel sometimiento, consentimiento, legitimidad y reproducción los explotados, los dominados, los productores del valor y la riqueza en la sociedad para con el aparato legal, ideológico, cultural, identitario de la clase dominante y explotadora.
Sabemos que las cosas más elementales tienden a olvidarse. Por eso es preciso que nos preguntemos ¿qué hace suponer a los apologistas del ciudadanismo la no producción de sus conceptos bajo la hegemonía burguesa si lo primero que hacen es disociar el análisis social de las fuerzas en que se funda la realidad social?, ¿sigue teniendo validez teórica el concepto hegemonía si este es desprovisto de su cuna, la lucha de clases?. ¿Para qué se ha perfeccionado y complejizado el sistema educativo, ideológico, publicitario y comunicacional de la sociedad?. ¿Es posible que el refinado concepto heredado por la burguesía (que hoy se funde en el ciudadanismo) pueda educar a los dominados y explotados con miras a su revolución y liberación?.
A continuación el rompecabezas se extiende pues ¿cómo construir contra hegemonía sin poder político real, sin cambiar radicalmente las relaciones sociales?. ¿Qué rol ocupa la política en el ciudadanismo?, ¿cómo se hace política en el ciudadanismo?, ¿qué sentido tiene discutir o deliberar sin la posibilidad de aplicar, concretar y materializar la acción y el discurso?, ¿se puede disputar la hegemonía burguesa sin la acción política real y concreta de los explotados?. ¿Cómo se hace para que las clases hegemónicas pierdan su preeminencia y obedezcan o se sometan a la contra hegemonía?

En este sentido creemos que el ciudadanismo promueve una política de fachada, de apariencia, de participar sin decidir, de discutir sin convertir la voluntad en acción, en proceso y contenido político real. El asambleísmo sin conciencia de clases, sin política, sin proyecto de liberación, no es acción política real, es sólo un cúmulo de discursos castrados de su potencial revolucionario. La crítica une teoría y práctica. La única forma de dotar de efectividad la acción política propia de un lógica de asamblea es criticando sus presupuestos ciudadanistas.

El papel unificador desempeñado en algún momento de la historia por parte de la Iglesia, la nación, el estado, el pueblo, hoy es asumido por la “asamblea de ciudadanos”. Dotar de mayores niveles de cohesión entre “los de arriba” y “los de abajo”, ese es el cometido del ciudadanismo sin conciencia de clases, sin política revolucionaria, si vocación de poder, sin acción, sin armas. Es sólo la palabra desarmada e inerme frente a sus verdugos. Por esta razón el ciudadanismo es puro eclecticismo pues se convierte en amalgama que unifica y es funcional a la hegemonía burguesa.

Ahora bien, Gramsci subraya que la única forma que tienen los explotados para desafiar, desmontar y destruir la hegemonía es el partido revolucionario. Este “Moderno Príncipe”, ¿qué rol y función tiene en el entramado discusivo del ciudadanismo?, dicho de otro modo, ¿qué importancia le asigna el ciudadanismo al partido revolucionario?, ¿podemos construir hegemonía o desmontar la hegemonía burguesa sin un partido político revolucionario?, ¿se puede aspirar a desconstruir el Estado burgués sin construir previamente el partido político revolucionario? Es menester recordar que para Gramsci la síntesis entre teoría y práctica es el partido revolucionario, fuente a su vez de la nueva legitimidad y de la nueva cohesión social. El partido es clave en la cristalización de la conciencia de clases, de esa “voluntad colectiva” a la que recurren para justificarse ante la historia las distintas clases sociales cuando han hecho su revolución. El partido político revolucionario es ese nuevo espíritu universal, ese nuevo Estado en ciernes que corta los tentáculos del poder que se derriba. A este respecto es conveniente recalcar que las crisis de hegemonía hunden sus raíces en la crisis material del capitalismo, la que siempre obedece a factores objetivos. Empero, hasta el momento el capitalismo ha logrado superar sus crisis recurriendo a sus propios arsenales. Sólo la iniciativa política revolucionaria de los explotados es capaz de sellar la puerta a las eventuales salidas del capitalismo.

La problemática es central toda vez que Gramsci sostiene que el partido revolucionario es la estructura y plataforma básica para crear ese nuevo proyecto histórico que hace brotar la férrea convicción y voluntad de resolver el problema de los explotados y dominados destruyendo y superando la super estructura burguesa.

Dicho esto, los ciudadanistas nunca aclaran como ejercer el poder efectivo. Por ejemplo, ¿qué papel tienen las armas, la violencia y la ideología en el proceso político?. Solo se puede cavilar cierta propensión al pacifismo y al legalismo más no una definición clara respecto a cómo hacer de la política una actividad con resultados sustantivos.

Desde el plano epistemológico los ciudadanistas se caracterizan por la incapacidad de lograr una síntesis entre teoría y práctica. Ven como cosas separadas la hegemonía y la lucha de clases, la dominación y la guerra, el discurso de la acción política, la capacidad de reunirse a deliberar y la forma en que debe imponérsele a los explotadores las decisiones de los explotados en dichas deliberaciones. En este sentido generan un conocimiento meramente formal. Se refugian en Gramsci pero lo vacían de su contenido al pretender disociar la hegemonía de la guerra de clases, o el carácter de clases de la sociedad respecto del aparato estatal. Olvidan que el momento cúlmine de la realización de la política es la revolución, la creación de un nuevo Estado, de un nuevo poder y de una nueva sociedad. Pretenden explicar a Gramsci, pero sin las ideas de Gramsci. Reclaman el concepto hegemonía pero rechazan el concepto de guerra de clases. Hablan de política para los dominados pero sin un partido político revolucionario. Anuncian una reacción violenta de parte de los dominadores, pero se niegan a preparar una estrategia y táctica que signifique usar la violencia de los dominados y explotados contra sus opresores. Describen el tremendo poder ideológico inyectado permanentemente a las venas de los explotados, pero rechazan la convicción de crear una plataforma ideológica contestataria a la hegemonía imperante. Describen cómo el bloque hegemónico pese a presentar distintas fisuras y contradicciones se mantiene cohesionado, pero rebaten la idea de crear una plataforma ideológica homogénea entre los dominados para enfrentar la hegemonía de los dominadores. En definitiva clausuran los efectos y resultados de la acción política de los explotados y dominados, la que no puede ser otra más que la construcción de una nueva hegemonía mediante la revolución.