miércoles, 15 de junio de 2011

COMENTARIO AL LIBRO “HASTA NO VERTE JESUS MIO” DE ELENA PONIATOWSKA

El azahar brinda goces a veces inesperados. Solo una casualidad permitió que llegara a mis manos un libro bastante ajado que encerraba una maravilla. A mi juicio, de ese tipo de libros que uno no puede soltar cuando comienza a leer y que al terminar, exhausto, queda reflexionando y agradeciendo, en este caso a la autora, el precioso regalo que nos brinda. Comparable con “La Buena Tierra” de Pearl S. Buck, “Los de Abajo” de Mariano Azuela y por el contexto latinoamericano a “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez o a “EL Sexto” de Arguedas.

Elena Poniatowska nace en Francia en 1933 y se radica en México en 1942. Escritora y periodista con una nutrida obra que, a partir de mucho trabajo de campo testimonial y relato oral, pone acento en la lucha de las mujeres, las luchas sociales, la injusticia y la critica social. Entre sus obras destacan “Lilus Kikus” (novela), “Méles y Teleo” (teatro), “Todo empezó el domingo” (crónicas), “La noche de Tlatelolco” (testimonio de historia oral de la masacre de estudiantes ocurrida el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, México), “La Flor de Lis” (novela). El año 2006 es acusada de apoyar al terrorismo por su condena pública a los ataques de Israel al Líbano.
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    “Hasta no verte Jesús mío” se publica en 1969 por Era Ediciones y narra la historia de una mujer mexicana de provincia, del istmo de Tehuantepec, una campesina que va y viene por distintos pueblos y ciudades, de trabajo en trabajo, de obrera, comerciante, lavandera, que se incorpora como combatiente en la revolución, arrojada posteriormente a la mas cruel de las marginaciones que trata de sobrevivir con la sabiduría y dignidad heredada de sus ancestros. Se trata de la vida de Jesusa Palancares quien según testimonio de Elena Poniatowska presentado en el XXVI Congreso de Literatura Iberoamericana es “igual a si misma: brava, soberbia, rabiosa, inconforme, desencantada y que a la edad de 87 años sigue trabajando como lavandera y viviendo en un cuartucho en terrenos baldíos, con montañas de basuras y hedor, en una población llamada Tablas de San Agustín anunciada por un letrero que dice: No hay drenage un lus”. Se trata en definitiva de la historia de una mujer abandonada numerosas veces: por su familia, por los hombres, por muchas de sus amigas, por los hijos que adopta. Una mujer que se va haciendo a sí misma en la vida, con toda dureza y dignidad, altiva, arrogante, que llama a las cosas por su nombre y que no acepta ser humillada ni pasada a llevar, que acepta el orden establecido pero prefiere caminar herida y sangrando kilometros y kilómetros a pedir un favor o doblegarse. Jesusa comienza cuidando niños, acompañando a su padre comerciante que viaja a pie de pueblo en pueblo, para luego vivir en una prisión sin ser una presa. Se convierte en garzona, ayudante en una botica, obrera en fábrica de cajas de cartón. Acompaña a su padre, incorporado como soldado de uno de los tantos bandos en la revolución mexicana y conoce a diversos jefes y caudillos. Se casa con un capitán y cuando este muere en combate asume ella misma la conducción del grupo. Comienza a beber y a emborracharse continuamente. Regresará a lo largo de su vida, una y otra vez a las incursiones de grupos en armas, pero nunca se queda quieta en un lugar o en un oficio. Asume la religión. Cree firmemente en la reencarnación, en la existencia de una comunidad espiritual que conversa, se visita, se aconsejan a través de médium. Pero en su vida cotidiana solo le queda como opción convertirse primero en empleada domestica y al final de sus días en lavandera. Jesusa no es una mujer encasillable. No es la marginal. Tampoco la obrera. Es una campesina que trata de amoldarse, a como puede, en un mundo que esta cambiando vertiginosamente. Es contradictoria. No le gusta la modernidad, ni las canciones modernas, no le gusta dialogar mucho y rápidamente pasa a los puños y a la broca. No cree en las personas ni en ella misma, pues asume que es mala y que tiene que sufrir calladamente para pagar las deudas de sus anteriores encarnaciones. Hablando de su historia, dice la propia Jesusa en la novela (palabras literalmente copiadas después por la autora del libro gracias a sus grabaciones): “ … Y desde entonces todo fueron fábricas y fábricas y talleres y changarros y piquerías y pulquerías y cantinas y salones de baile y más fábricas y talleres y lavaderos y señoras fregonas y tortillas duras y dale con la bebedera del pulque, tequila y hojas en la madrugada para las crudas. Y amigos y amigas que no servían para nada, y perros que me dejaban sola por andar siguiendo a sus perras. Y hombres peores que perros del mal y policías ladrones y pelados abusivos. Y yo siempre sola, y el muchacho que recogí de chiquito y que se fue y me dejo más sola y me saludas y nunca vuelvas y no es por ahí María voltéate y yo como lazarina, encerrada en mi cazuela, y en la calle cada vez menos brava y menos peleonera porque me hice vieja y ya no se me calienta la sangre y se me acabaron las fuerzas y se me cayó el pelo y no más me quedaron unas clavijas por dientes, rascándome con mis uñas, pero ya ni uñas tengo de tanto uñeros que me salieron en la lavadera. Y aquí estoy no más esperando a que me den las cinco de la mañana porque ni siquiera duermo y no más se me revela todo lo que pase desde chiquilla, cuando anduve guacha y sin guarache, haciéndole a la revolución como jugando a la gallinita ciega, recibiendo puros trancazos, cada vez más desmadejada en esta chingadera vida”. Los relatos de los encuentros militares en que participa tienen un brillo propio. Ella percibe un movimiento de fuerzas que no se sabe quienes son amigos o enemigos. Como la lucha entre las fuerzas de Mariscal y Julián Blanco, ambos de bando del General Carranza que enfrenta a Zapata, Batalla entre supuestos amigos en donde Mariscal asesina a Julián Blanco luego de su rendición. O el relato que hace del nulo valor militar del General Juan Espinoza y Cordoba que huye del combate contra las fuerzas de Francisco Villa, abandonando a su propia tropa mientras el cruza la frontera, tropa entre la que se encuentra ella y su propio marido que resuelta muerto. Conmueve el retrato que hace de Zapata, enemigo que ella termina admirando. Capturada junto a otras mujeres que realizaban tareas de información, Emiliano Zapata decide ir a entregarlas en persona, disfrazado, al cuartel enemigo. Los Mandos y la Escolta se indignan con Zapata, pero el da órdenes perentorias y sacándose el uniforme y vistiéndose con sus habituales ropas de campesino, toma al grupo de mujeres y va al cuartel enemigo pidiendo hablar con el padre de Jesusa: “¿Quién es usted? - Yo soy el general Zapata. - ¿Usted es Emiliano Zapata? - Yo soy. Voltió mi papá a ver si había resguardo que lo viniera escoltando. - Pues se me hace raro que usted sea general porque viene usted solo. - Si. Vengo solo escoltando a las mujeres que voy a entregarle. Sus mujeres fueron avanzadas pero no se les ha tocado para nada. Se las entrego tal y como fueron avanzadas. Usted se hace cargo de cuatro casadas porque me dicen que vienen cuidando a su hija. Ahora, como a usted se las entrego, usted hágase cargo que no vayan a sufrir con sus maridos. Entonces dice mi papá: - Si, está bien. - Ya usted sabe lo que hace. Mi gente está posesionada en todos los aldeaños. Si algo me pasa – que usted vaya y se raje – ya sabe que se hace la balacera en el pueblo de Chilpancingo…Pues ya lo sabe. Si usted da parte a su jefe y quieren atacarnos pueden hacerlo. “ Reflexionando sobre el resultado de esos combates Jesusa dice: “Los zapatistas eran muy buenos para pelear pues ¿Cómo no iban a ser buenos si se subían a los árboles, se cubrían de ramas y todos tapados de ramas andaban como bosques andando? ¡Váyalos usted conociéndolos!!Sólo por el ruido de avanzar! Estaban escondidos dentro de los arboles, envueltos en hojas, en ramazones, no se le veía la ropa y de pronto los balazos caían de quien sabe dónde como granizada…y además conocedores del rumbo, porque todos eran de allá de Guerrero, así es que de fuerza tenían que perder los carrancistas porque estos bandidos tenían sus mañas para pelear. Se cubrían de yerba. Nomás se dejaban los ojos para estar mirando dónde venían los carrancistas, por donde venían los villistas y agarraban buenas posiciones. Como si fuera poco, ponían zanjones tapados con ramas para que cayera la soldadera. ¡Y allí iba uno con todo y caballo! Claro que tenían que acabar con la gente de nosotros. ¡Tenían que ganar! No tenían ni qué pues eran vivos, valientes, si, eran vali9entes, aunque fueran unos indios patarrajada, sin un patete donde caerse muertos. Los zapatistas eran gente pobre de por allí, del rumbo, campesinos enlodados. A mi que me iban a caer bien, ni siquiera me preocupaba, yo estaba chica, yo de eso ni sabía de que me cayeran bien o no me cayeran bien.” A mi juicio, el libro de Elena Poniatowska es parte de un tipo de literatura social latinoamericana que desde la perspectiva estrictamente narrativa y escritural recoge el lenguaje, la construcción verbal propia de los sujetos que dan vida a la obra, un lenguaje popular que no es el aséptico o “culto” sin ser el coa, lunfardo o lenguaje de los sectores marginales, opción mucha veces criticada y puesta en tela de juicio por una pretendida universalidad respecto a lo que se escribe. Finalmente, mirando el texto desde el presente y desde los temas políticos, el personaje que nos muestra Elena no es muy diferente a muchos trabajadores, pobladores, campesinos de la época actual que, desencantados por el tipo de sociedad existente, sin tener los instrumentos ideológicos que le permitan salir de la enajenación a que son sujetos, resisten sus condiciones de explotados y marginados a partir del individualismo, del apoliticismo, a partir de asumir la pesada carga que soportan con estoicismo y una suerte de fatalismo acrecentado por la religión y la propaganda reaccionaria. Sin embargo son de la clase, son trabajadores honestos, dignos, solidarios en el plano del uno a uno, aunque reniegan de la organización, no creen en el futuro posible y muchas veces son arrastrados al campo de los poderosos. ¿Cuántas y cuantas Jesusas no conocemos en el barrio, en el trabajo, en nuestras propias familias?