lunes, 21 de marzo de 2011

EL ATAQUE DEL IMPERIO A LIBIA (Alma Negra)



La guerra es la continuación de la política por otros medios, a saber, los armados.
Es un acto de fuerza que se lleva a cabo para imponer el dominio y la propia voluntad. 
Carl con Clausewitz
     
Más de 110 misiles  han caído a la fecha sobre Libia lanzados por la Coalición encabezada por Estados Unidos, Francia, Inglaterra, España y demás aliados, mientras se despliegan en la zona, redoblando la amenaza, todo tipo de fuerzas incluidos portaviones y  submarinos atómicos. Alemania, China y Rusia observan a la distancia la nueva aventura de sus socios imperiales cuyo fin no es más ni menos que el control y dominio geopolítico de la zona y principalmente el petróleo.
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    Sabido es que, el desarrollo del capitalismo, basado por un lado en la explotación del hombre por el hombre, y por otro lado en la competencia que culmina en el proceso de concentración de la riqueza y el poder, necesariamente conduce a la lucha por las materias primas, el control de la tecnología y de los mercados. En este marco, no existe ninguna guerra en que la primera victima de la guerra no haya sido la verdad. Por cierto que las violentas invasiones, dominio  y subordinación de los pueblos y naciones de África, América Latina y Asia fueron realizadas siempre  bajo pretextos civilizadores. El cowboys matando indios en Norteamérica, el Boers en Sudáfrica, el español en Chile, el francés en Indochina o el ingles en la India, respondían a la misma lógica: dominar a los pueblos por la fuerza para apoderarse de sus riquezas bajo distintos pretextos que la mayoría del “mundo civilizado” aceptaba como correctos y justos. No es muy distinto a Hitler encubriendo sus ataques bajo el pretexto de proteger a las minorías germanas y en la depuración de la raza amenazada por las razas inferiores, o a los norteamericanos en Iraq tras un supuesto poder atómico que nunca existió.  
    Evidentemente desde hace mucho la propaganda y la información es un medio más incorporado a la guerra en todas sus fases, máxime cuando la dominación ejercida a escala planetaria requiere del dominio (imposición) de las ideas que configuran y determinan la “opinión publica” y el mal llamado “sentido común”.  Si el poderío industrial-militar de la dominación es abismante e impresionante, de igual modo lo es su aparato propagandístico constituido por Centros de Investigaciones, cadenas monopólicas de diarios, radios y televisión y miles de ONG, institutos, sectas, organizaciones de todo tipo articuladas para replicar el discurso único. Un poco-mucho de lo que George Orwel anunciaba en su  famosa novela “1984”. 
    En momentos que el mundo árabe se levanta en distintos países derribando monarquías títeres del imperio, la oleada revolucionaria llega a Libia constituyéndose un movimiento que intenta el derrocamiento de Gadafi y su régimen. ¿Es Gadafy representante de un régimen socialista, popular que haya desarrollado transformaciones revolucionarias en la sociedad? Evidentemente que no. Más allá de la revolución inicial, el libre verde y el diseño de una sociedad con alto nivel de participación desde las bases, nunca fue un proyecto clasista, que se planteara la propiedad colectiva de los medios de producción social. Evidentemente su postura nacionalista y antiimperialista lo llevó a episodios de alto nivel de contradicciones con el imperialismo que apeló al bombardeo de su palacio en su máxima algidez.  No obstante “ese” Gadafy en el plano internacional había sido ya aceptado por los estados y grupos económicos que no vacilaban en desarrollar pingues negocios. Baste recordar que el propio EEUU debió pagar indemnizaciones por el ataque a su palacio, que últimamente Gadafy había sido excluido del llamado “eje del mal” y la excelente relación comercial entre su gobierno y Berlusconi. Los datos del régimen interior, de los niveles de democracia interna son brumosos y caen de lleno en la campaña de demonización del personaje. Ciertamente se reconoce un nivel de desarrollo económico y cultural del país que no tiene paralelo en la región, lo que explica una extensa capa social de pequeña y mediana burguesía culta, progresista, que ve en las democracias occidentales un modelo. También es cierto que Gadafy tenía y tiene altos niveles de contradicción con los musulmanes fundamentalistas. Así como también es conocido el hecho de la presencia de muchos trabajadores extranjeros y mano de obra calificada, que disputa con los nativos los puestos de trabajo.
    Las movilizaciones de los árabes en la región, apoyadas también en la crisis alimentaria que sacudía al país, son las causas que articulan el movimiento que se plantea el desalojo de Kadafy.
     A la fecha no está clara la composición social y política del movimiento, sus objetivos, relaciones y vínculos. Trasciende la existencia en su interior de corrientes fundamentalistas, monárquicas, personas hasta ayer funcionarios del propio régimen de Gadafy, sectores liberales y progresistas descontentos con el régimen. La dinámica de la confrontación interna, el paso de la protesta pacifica o civil a la lucha armada interna, es un hecho no menor pero desconocido absolutamente por la maniobra imperialista de cooptar el movimiento inicial para, a rio revuelto, imponer sus términos o voluntad.
    Es necesario por tanto detenerse un momento a analizar el carácter del conflicto planteado, que escala, antes de la intervención imperialista, a una guerra abierta entre dos facciones armadas. ¿Es alguna de ella representante de los intereses de la clase obrera o de los sectores populares de Libia?
    Hasta ahora no hay ninguna información confiable al respecto y por el contrario, todas las informaciones existentes señalan que es una lucha por el reparto del botín, por cuotas mas o menos dentro del mismo tipo de estado.
    Al respecto, Lenin señalaba en su disputa con los socialdemócratas que apoyaban a sus respectivas burguesías, que la actitud correcta del socialismo revolucionario era el no tomar partido por ninguna de ella y aprovechar las contradicciones para develar el carácter de clases y preparar la lucha independiente por el poder.
    El tomar partido por quienes luchan por derrocar a Gadafy significa apoyar una fracción contra otra y reforzar el clima propagandístico generado por el imperialismo para intervenir. Por ello era correcta la apreciación de Fidel castro y de Chavez de oponerse a la intervención de fuerzas extranjeras y permitir que los propios libios resolvieran sus contradicciones en respecto de la autonomía y de no intervención en los asuntos internos de otro país.
    Porque es absolutamente irreal la resolución de proteger un movimiento civil o población cuando ya esté movimiento esta armado, con tanques y artillería, y que asume el control de territorios y ciudades.  Estamos frente a una guerra civil en donde claramente la coalición imperialista interviene a favor de una de las partes a partir de un mandato ambiguo, resistido por quienes, desde el propio imperio, saben que una cosa en la guerra es bombardear ciudades, controlar el Estado y el aparato administrativo y otra cosa muy distinta es ganar una guerra que exige de infantería, que exige control y subordinación de la población, que exige permanencia en los territorios y hegemonía ideológica cuestión que ni las bombas ni la metralla construye. Son las lecciones de Vietnam, Afganistán, Iraq  como ayer fueron Argelia, India, etc. Claramente la posibilidad de que se habrá una larga guerra de resistencia al invasor, es el peor escenario para las fuerzas imperiales y es de ya la defunción política de las fuerzas que inicialmente se levantaron contra Gadafy, que resistieron la entrada de fuerzas extranjeras y que ahora se convertirán en aliados y títeres del invasor.     
    Las consecuencias de la intervención imperialista en Libia, no serán menores y reforzaran el fundamentalismo musulmán que en el sentimiento antiimperialista encuentra terreno abonado. No menor serán las tensiones que se acumulan al interior de los países imperiales y su lucha por la hegemonía: cualquier avance del adversario en el control de territorios y materias primas es un peligro latente en la disputa. China en particular con sus inversiones, centenares de asesores técnicos y trabajadores instalados en Libia, por ejemplo.
    La resolución de Naciones Unidas de no intervención en los asuntos internos de los países, en la practica es letra muerta desde hace mucho. La necesidad del control de las últimas gotas de petróleo que tiene la humanidad lleva a los países imperialistas a una guerra despiadada, preámbulo de los escenarios futuros de lucha por el alimento cada vez más escaso y principalmente por el agua.
    Una vez más, los hechos concretos, esta vez el ataque de la “Coalición” a Libia, muestran el carácter real del imperialismo y el rol de gendarme que tiene su cabeza imperial, los Estados Unidos.  Cabe preguntarse si después de esta nueva aventura bélica no vienen Cuba o Venezuela como muchos de los apologistas imperiales vienen solicitando.