lunes, 18 de abril de 2011

EL PARTIDO REVOLUCIONARIO CHILENO: LA VISION DEL GAP

Ya van cuatro posteos publicados respecto al tema de la construcción del partido revolucionario chileno, con más de seiscientas visitas a las paginas respectivas. Quisimos incorporar la visión de los Grupos de Acción Popular (GAP) respecto al tema, que está expresada en un analisis de coyuntura que en dos tandas se han publicado en sus paginas (http://gruposaccionpopular.org ).

" VIII. EL CAMPO DE LOS REVOLUCIONARIOS."

Durante los últimos 20 años la historia de la izquierda revolucionaria ha sido una historia de discontinuidades y rupturas, que ha tenido como conclusión una incapacidad de constituirse como un sector que salga de la marginalidad y que sea una alternativa real desde el pueblo y para el pueblo. Desde que se desarticularon las estructuras partidarias que apostaban a una salida revolucionaria a la dictadura militar, es decir a una combinación de las tareas democráticas y socialistas como opción a la continuidad dictatorial o “democrática” del capitalismo neoliberal, no ha podido surgir de manera consistente, con verdadera vocación popular y hegemónica, una alternativa que dispute al PC la conducción del movimiento popular, que permita que el pueblo entre en el escenario político para luchar y vencer . Si bien es cierto en los noventa surgieron nuevas expresiones de la izquierda, como las variadas derivadas del MIR tras su fraccionamiento original; la SurDA (que tempranamente en su devenir apostó por el Progresismo, antes que por un proyecto revolucionario); nosotros incluso, que reconocemos nuestro nacimiento unido al mismo contexto; y otros tantos minúsculos esfuerzos de reagrupados y nuevas generaciones que no perduraron en el tiempo; todos ellos intentaron dar continuidad a ese imaginario de proyectos políticos más antiguos, sin embargo, sólo lograron resistir una época caracterizada por la desesperanza política ante la ausencia de horizontes alternativos y liberadores.
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    Este periodo de resistencia (principalmente ideológica), dio paso una dispersión y fragmentación mucho más fuerte a fines de los 90’ y principios del siglo XXI, en donde diversas expresiones de la izquierda revolucionaria se vieron envueltas en diversos procesos fraccionamiento, desde donde nacieron nuevas organizaciones y murieron otras. Así, el escenario durante los últimos 10 años fue un número inagotable de siglas, con un fuerte carácter ultraizquierdista, que concentraban su praxis política en el activismo social, con un claro ideologismo en sus propuestas y con una fuerte vocación a la marginalización del escenario político. Esta fue la época en que se reeditaron los polos de reagrupamiento o en que se pululaba en tal o cual coordinación social y política para poder sobrevivir ante el escaso arraigo social. Actualmente desde nuestra perspectiva práctica, creemos que la izquierda revolucionaria vive un proceso de latencia aparente, pero redefiniendo sus líneas. Si bien, los fraccionamientos siguen a la orden del día, a diferencia del período anterior, las siglas no se siguen multiplicando, sino que se reducen, haciendo que el escenario decante en la sobrevivencia de quien sepa posicionarse en el ciclo político actual. Aún con ello a la vista, podemos plantear la dificultad de ciertos sectores de la izquierda revolucionaria de sobrevivir, sosteniendo viejas banderas y colores, más proclives a mantener una política identitaria ante los diversos fraccionamientos que hoy atraviesan. Por eso es sintomático que existan por cada grupo entre dos y tres paginas webs, diversos congresos partidarios y otras cuantas revistas orgánicas, con los mismos nombres, las mismas consignas y los mismos pobres lineamientos, pero dirigidos por diferentes caudillos. Luego de la moda por la horizontalidad y la crítica a la “organización científica” y centralizada para conducir al pueblo, comienza a asumirse como certeza la necesidad de construir una fuerza política capaz de disputar y crear poder por medio de un instrumento partidario. Aún cuando resabios queden, se superan así las tendencias anarquistas y movimientistas que rechazaban de plano la política y la construcción de una organización sólida y cohesionada, las que dominaron desde la década de los 90, que a pesar de lo bien intencionado (pero limitado) de buscar nuevos rumbos para la organización política del pueblo, redujeron su acción a un mero activismo social, sin sustancia orgánica y sin proyecciones estratégicas. El campo de los revolucionarios no puede apostar a seguir manteniendo una política anclada en las propias y viejas trampas que lo han acompañado estos años, manteniendo nombres y siglas para reeditar desfases históricos. Esto sólo alimenta una auto agitación y una política reducida a su mero aspecto identitario, pero con nula vinculación e instalación donde vive y se desenvuelve el pueblo. Tampoco se puede seguir reproduciendo la auto marginación, pensando que al enemigo de clase se lo combate desde la vereda contraria, abstrayendo la realidad política y la correlación de las diversas fuerzas que se mueven en el escenario. Por último, la izquierda revolucionaria no puede mantenerse en pie si sus únicas definiciones y tácticas políticas nacen de esquemas y máximas preconstituidas, ya sea por identidades de “izquierdismo infantil” o meras referencias teórico-académicas que poco saben de la realidad del pueblo o creen saberlo por el sólo hecho de empolvar sus zapatos en trabajos de investigación en las poblaciones. El período actual de la lucha de clases necesita de un proyecto que recoja de la historia lo mucho de experiencia que se ha depositado en un ideario irreprochable de cultura revolucionaria, que lo haga parir desde un correcto análisis científico del periodo que configura el sistema de dominación actual y de la manera en que este se reproduce (en lo ideológico y lo político), que por tanto sea expresión de la creatividad política y práctica de los revolucionarios al centro de donde hoy se construyen las relaciones y expectativas del pueblo, en las condiciones particulares de la sociedad chilena actual, sin los aspavientos de esa, en verdad retrógrada y dilatante, verborrea de “nuevas” izquierdas, “nuevos” sujetos o “nuevos” tipos de organización popular.